El movimiento 15-M ha surgido por el hastío de unos jóvenes que no entienden cómo pierden derechos y oportunidades teniendo, como tienen, una formación sin parangón: idiomas, informática, grados, másters, etcétera. Los amos del mundo provocan una crisis, la pagamos a escote sin deducirla de sus beneficios y, ahora, no nos dan crédito para trabajar los mismos a los que les hemos prestado el dinero para que no se hundan. Esos mismos que están obligando a nuestros políticos a adoptar reformas que vuelven a favorecerles, y lo hacen así porque desde hace mucho son conscientes de que nuestra clase dirigente está a otra cosa, que el bien común y el buen gobierno son meras proclamas o trozos de discursos grandilocuentes. Tanto unos como otros se han constituido en casta y, si bien los dueños del mundo desprecian a estos politiquillos, no se les escapa que les son necesarios así, serviles, sin principios, vacíos, ignorantes, acomodaticios, amantes de lujos y famas. Su negocio va mejor con estos mierdecillas sin vergüenza aferrados al poder; cómo le vaya a la tropa es lo de menos.

Entre estos politiquillos de tres al cuarto están la mayoría de los implicados en la trama Gürtel, gentes vanidosas, figurones de salón, gualdrapa de partidos sin alma. Camps, el austero, el curita, ha resultado el prototipo. Recibido, por mí también, con la esperanza de que fuese algo diferente de Zaplana y su modo superficial y derrochador de entender el poder, mutó en una especie de visir que no contestaba preguntas -cuando le pagamos por responder-, un pachá que va escoltado de tiralevitas a todas partes, un sátrapa pacífico que se toma medidas en hoteles de cinco estrellas a cuenta del erario y que no tiene reparos en gastar un fortunón en la Fórmula 1 o en permitir aeropuertos sin aviones, mientras los niños ven la vida desde barracones o los grandes dependientes la perdían sin que nadie les echara una mano. Su gobierno ha llevado a la Comunidad a unas cifras de deuda que avergonzarían a Zapatero, y su benéfico mandato ha multiplicado el paro mientras el fracaso escolar da números de estados fallidos. Pero esto no es casual, esto ha llegado a ser así por una forma de hacer deliberadamente irresponsable, basada en la imagen y ajena de rigor. La Comunidad Valenciana está y es peor después de su paso por el gobierno.

Camps y su tropa nos han dado un mal ejemplo contagioso de amoralidad cuya primera consecuencia es que los valencianos le hayamos votado masivamente sabiendo que era algo más que sospechoso de haberse beneficiado con regalos y de permitir que una red delictiva actúe dentro del partido y del gobierno; sus amiguitos del alma. Los valencianos sí nos merecemos esta vergüenza, la hemos buscado concienzudamente.

Esto viene de atrás, de la complicidad de años con los promotores sin escrúpulos que inundaron de ladrillo costa e interior a cambio de mordidas para financiar el partido, aunque mi experiencia me dice que a la organización le llegaban las migajas. Esto viene por haber puesto a empresarios facinerosos al frente de contratas dudosas o directamente fraudulentas en servicios básicos como las basuras. Esto viene por haber corrompido a los funcionarios en su afán de obtener mordida de todo, pasando información privilegiada, amañando desarrollos, concesiones y plicas. Esto viene de la impunidad con la que usaban las administraciones para contratar amiguetes que luego les ayudaban a mejorar los rendimientos de la mala práctica administrativa, a crear una red clientelar o a controlar, con el dinero de todos, los medios públicos de información, sumiéndonos en un sopor bobalicón y complaciente. Enemigos de la libertad, de la transparencia, amigos del derroche y la fanfarria.

Camps es el resultado destilado de un modo de entender y hacer la política sin que importe la coherencia, en el que el honor se cifra en llevar mejor atuendo o más escoltas y cuyo único objetivo reseñable es conservar el poder. Él, como otros antes y ahora, como Rajoy, ha vuelto la cara cuando les llegaban noticias de prácticas corruptas. Él y Rajoy han justificado a cualquiera que hiciese de su capa un sayo si los votos le acompañaban. Él y Rajoy han permitido la corrupción diciendo que todos tenemos derecho a la presunción de inocencia, que nadie niega, pero pervirtiendo el sentido de la responsabilidad política, incompatible con la sospecha y muchos menos con la mentira, en la que ha caído Camps. Sí conocía al Bigotes y no se paga todos sus trajes, eso sólo ya le inhabilita.

Para rematar la dimisión, niega cualquier acusación cuando hasta su defensa las admite ante las pruebas que el auto del juez Flors lanza como una andanada en su línea de flotación; pone a los que trabajan por la justicia (jueces y policías) como una panda de mafiosos urdidores de tramas y, el resto del partido, con Rajoy al frente, le aplaude, lo exonera de culpabilidad, le esperan incluso, y con ello, destruyen cualquier ejemplaridad que su forzada, ineludible dimisión pudiese tener. La sociedad necesitaba esa ejemplaridad de la casta política y, de momento, seguimos en el cinismo, la desvergüenza y la falsedad. No me canso de decirlo, la corrupción es un disolvente para la democracia como los cuernos para el matrimonio, aunque a veces oxigenen la vida.