Tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, una parte de las derechas españolas maniobraron, al margen de la legalidad constitucional, para recuperar el poder, en colaboración con amplios sectores del ejército. La conspiración militar se puso en marcha de inmediato y contó con la colaboración, más o menos intensa, de Falange Española, Renovación Española, los tradicionalistas, gran parte de la CEDA y su correlato en la Comunidad Valenciana, la Derecha Regional. Se asistió entonces, en los meses subsiguientes, a una escalada de la tensión social y política, alimentada desde posiciones extremistas: los partidos centristas pasaron a un segundo plano y entre las derechas y las izquierdas aumentaron quienes estaban dispuestos a romper, en un sentido o en otro, con el statu quo que suponía la República.

Lo ocurrido durante el bienio de derechas y la amnistía de los represaliados tras la huelga general revolucionaria de octubre de 1934, el auge de los fascismos en Europa, los disturbios anticlericales, las huelgas que combinaban reivindicaciones laborales y políticas, la actitud de quienes, mientras atizaban el desorden, clamaban contra él en el Parlamento, el deterioro de la convivencia social, en definitiva, caracterizaron los meses anteriores a julio de 1936 sin que ello quiera decir que la situación -similar a la que ocurría en otros países, como Francia- fuera insoluble por medios pacíficos. Frente a interpretaciones interesadas, impulsadas por los vencedores en la contienda civil, la sublevación militar no fue una decisión inevitable para impedir el caos, sino la chispa que causó el incendio: fueron, pues, los militares y quienes colaboraron con ellos, que se levantaron en armas, contraviniendo sus juramentos de lealtad, contra el legítimo régimen republicano, los causantes de un horroroso enfrentamiento entre españoles que no terminó en 1939, sino que se prolongó durante muchos años.

En la Comunidad Valenciana, la sublevación estuvo condicionada, como era lógico, por lo que pudiera ocurrir en Valencia, sede de la Capitanía General de la Tercera División Orgánica, al mando del general Martínez Monje, y donde se encontraban dos Regimientos de Infantería, uno de Caballería, el Quinto Regimiento de Artillería Ligera y un batallón de Zapadores, con cuartel en Paterna. Además, fuerzas de la Guardia Civil, Carabineros y Guardia de Asalto. Para encabezar la rebelión se designó al general González Carrasco, que se desplazó a la ciudad para relevar a Martínez Monje, el día 19 de julio. Sin embargo, su indecisión, las noticias del fracaso del general Goded en Barcelona, la actuación de las autoridades civiles y de algunos militares, y la movilización inmediata de los sindicatos y partidos de izquierda para defender a la República hicieron fracasar el golpe de estado en Valencia y, en consecuencia, en toda la Comunidad.

Alicante contaba con dos acuartelamientos de la VI Brigada de Infantería, mandada por el general José García Aldave Mancebo, gobernador militar de la provincia: en Alcoi se encontraba el Regimiento de Vizcaya nº 12 y en el cuartel de Benalúa, en Alicante, el de Tarifa nº 11. Muchos de sus oficiales, miembros de la Unión Militar Española, estaban comprometidos con la conspiración militar que estalló el 18 de julio de 1936, y estaban apoyados por algunos civiles, encuadrados en Falange y Derecha Regional Agraria. Además, existían en la capital una Comandancia de la Guardia Civil, otra de Carabineros y una Compañía de Guardias de Asalto, que mandaba Eduardo Rubio Funes, delegado en la zona de la Unión Militar Republicana Antifascista.

En efecto, el 18 de julio hacia las 11 de la mañana sonó inesperadamente la radio local. "Muy importante. Dentro de breves momentos comunicarán desde el Ministerio de la Gobernación noticias muy importantes para todos los españoles". Cuando llegaron así las primeras noticias de la sublevación militar en África, el general García Aldave ordenó el acuartelamiento de las tropas y el mismo sábado 18 de julio, se lanzó por la radio una proclama del Comité Provincial del Frente Popular, en la que se pedía serenidad, porque el movimiento militar estaba "circunscrito a Marruecos".

Pero pronto afluyeron a los centros políticos sus militantes y muchos se agolpaban ante el Gobierno Civil para pedir armas. Las tropas, mientras tanto, permanecían acuarteladas, esperando instrucciones de Valencia. En el Gobierno Civil, instalado entonces en la calle de Blasco, donde actualmente se encuentra la Sindicatura de Greuges se comenzó a trabajar febrilmente. Aparecieron los dirigentes de las organizaciones políticas y obreras que constituían el Frente Popular y más tarde los libertarios, para ofrecer su concurso. A diferencia de lo que había ocurrido en 1923 cuando el general Primo de Rivera se había "pronunciado" y había accedido al poder sin ninguna resistencia, pues nadie salió en defensa de un sistema político como el de la Restauración, totalmente desprestigiado, ahora las organizaciones políticas y sindicales progresistas -incluso aquellas que habían combatido duramente a la República en sus primeros momentos- se aprestaron a defender las conquistas sociales y políticas logradas desde 1931.

Según el testimonio de Eliseo Gómez Serrano, catedrático de la Escuela Normal de Magisterio, concejal y diputado de Izquierda Republicana -que llevó un diario durante toda la guerra civil-, la actitud del Regimiento de Infantería de Tarifa ofrecía muchas dudas, pues la oficialidad era "reaccionaria" en su mayoría, el general Aldave adoptaba una actitud "turbia" y los soldados, acuartelados, permanecían ignorantes de lo que ocurría en España. En cuanto a la Guardia Civil, muchos de sus jefes eran "notoriamente derechistas". De manera que el gobernador civil, el enérgico republicano Francisco Valdés Casas, nombrado en febrero de 1936, únicamente contaba con la Compañía de Guardias de Asalto mandada por Rubio Funes -que posteriormente ascendería a comandante y mandaría la 71 Brigada Mixta, en la que se integró el Batallón "Alicante Rojo"- y con el apoyo entusiasta de muchos afiliados a los partidos y sindicatos de izquierda, dispuestos a defender la República, pero desarmados. El ambiente en la ciudad era enormemente confuso y circulaban camiones y coches con militantes de izquierdas que trataban de controlar la situación.

Algunos de los militares más comprometidos con la conspiración, el capitán de Estado Mayor José Meca y el Teniente Coronel de la Guardia Civil José Estañ, intentaron convencer a Valdés Casas para que declarase el estado de guerra y entregase el poder al Gobernador Militar, a lo que se negó el Gobernador Civil, asegurándoles que disponía de elementos suficientes para mantener el orden. García Aldave, presionado por el citado capitán Meca y otros oficiales conjurados como el comandante Sintes Pellicer o el teniente Pascual, aseguraba a Valdés que él permanecería "neutral", lo que de hecho suponía no poner a sus tropas a las órdenes del gobierno legítimo. Era evidente, pues, que los oficiales comprometidos en la conspiración militar estaban esperando el desarrollo de los acontecimientos en Valencia.

Las tropas, en efecto, permanecían acuarteladas, y no intentaron salir a controlar la ciudad: ni siquiera se intentó un golpe de mano para liberar al jefe de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, encarcelado a escasa distancia del cuartel, lo cual resulta sorprendente, dado el grado de implicación de los falangistas en la preparación del golpe militar. Fueron, en cambio, un centenar de militantes de Falange de la Vega Baja mandados por Antonio Maciá y Antonio Piniés Roca de Togores, quienes, el 19 de julio, organizaron una expedición para hacerlo, en la creencia sin duda de que la sublevación militar estaba en camino de triunfar. Pero efectivos de la Guardia de Asalto al mando del capitán Eduardo Rubio Funes los interceptaron en los Doce Puentes, a la entrada de la ciudad, y tras un intenso tiroteo, detuvieron a la mayoría.

Mientras tanto, en Alcoy, donde se encontraba el Regimiento de Infantería Vizcaya nº 12, así como una compañía de Guardia Civil y una sección de Guardias de Asalto, las autoridades locales, al conocerse el alcance de la sublevación, el día 18, comenzaron a organizar la resistencia contra el golpe de estado, mientras los civiles partidarios de la sublevación trataban de refugiarse en el cuartel de Infantería. El alcalde de la ciudad, el republicano Evaristo Botella Asensi, y el diputado socialista Salvador García Muñoz, apoyados por los partidos y sindicatos que componían el Frente Popular, trataron de controlar la situación y al día siguiente se constituyó un Comité Revolucionario de Defensa, que convocó la huelga general: los sindicatos tomaron el control de la ciudad y armaron a sus afiliados, que cercaron el cuartel y detuvieron a los sospechosos de simpatizar con los facciosos.

El día 20 llegaron noticias de que la Guardia Civil de Albacete -al mando del alicantino Fernando Chápuli, que detuvo al Gobernador Civil, el también alicantino Pomares Monleón- se había sublevado, cortando las comunicaciones de Alicante, Valencia, Murcia y Cartagena con Madrid, y que en Almansa más de cien guardias civiles se habían encerrado en el cuartel. Al día siguiente salieron columnas de milicianos, apoyados por algunos Guardias de Asalto, desde Alicante, Elche, Murcia y Cartagena para tratar de someter a los sublevados. Según Gómez Serrano, "los milicianos (dicen que quinientos) han de partir sin más que unas treinta armas entre escopetas de caza, pistolas, revólveres y otros artefactos más peligrosos para sus portadores que para el enemigo". En la organización de estas columnas tuvieron un importante papel el diputado socialista Vicente Sol, natural de Crevillent, y el alcalde de Elche, Manuel Rodríguez. En primer lugar, se consiguió la rendición de los guardias civiles sublevados en Almansa y después, las fuerzas leales a la República, procedentes de Alicante y Murcia, asediaron Albacete. Por fin, el sábado 25, entraron en la ciudad y el comandante de los rebeldes, Teniente Coronel Chápuli, se suicidó. Por la tarde, se tomó Villarrobledo y se restableció la circulación de trenes entre Madrid y Alicante.

El día 22 de julio llegaban a Alicante tropas leales a bordo del destructor "José Luis Díaz", cuya marinería se unió a los milicianos, que controlaban la ciudad y vigilaban el cuartel de Benalúa, que quedó totalmente aislado. Las gestiones de Diego Martínez Barrios, que encabezaba la Junta Delegada del gobierno con jurisdicción en las provincias de Valencia, Alicante, Murcia, Albacete y Cuenca, no consiguieron convencer a García Aldave para que reconsiderase su actitud. El día 23 de julio, y ante los rumores de que las tropas iban a intentar ocupar la ciudad, miles de alicantinos se acercaron al cuartel y el general Aldave, consciente de su fracaso, ordenó la salida pacífica de las tropas, que "se funden en un abrazo con el pueblo", según la prensa. Inmediatamente fueron arrestados el general Aldave y un grupo de militares conjurados.

En Alcoy tardó más tiempo en resolverse la situación. La actitud del coronel Pérez Frau, que estaba al mando del Vizcaya, era vacilante, las fuerzas de la Guardia Civil fueron concentradas en Alicante y la Compañía de Asalto partió a la reconquista de Almansa y Albacete para la República. El 24 de julio, Pérez Frau fue sustituido en el mando por el también coronel Arturo Giralt Ortuño. El cuartel estaba sitiado por las milicias populares, apoyadas por compañeros de pueblos de la comarca y por los Guardias de Asalto que habían regresado de Albacete, así como por dos camiones blindados construidos en talleres locales. A primeros de agosto aún seguían acuarteladas las tropas, sin agua, sin luz y sin víveres, y continuaba la huelga general, que dificultaba la normalidad ciudadana y económica. Un último intento de Giralt para convencer a los oficiales favorables a la sublevación fracasó y desde Valencia se le ordenó que los arrestase: así se hizo y se trasladó en autobús a Alicante a veintiocho militares, siendo muertos dos oficiales que intentaron escapar. Poco después, a las once de la noche, entraron las milicias en el cuartel, sin encontrar resistencia y confraternizaron con los soldados.

En Alicante, tras la rendición de los militares sublevados en el Cuartel de Benalúa, comenzaron a dirigirse hacia el frente numerosos efectivos: soldados, guardias civiles, carabineros y milicianos. En la ciudad, los soldados que acababan de salir del cuartel pululaban desorientados por las calles, junto a milicianos "armados de fusil, machete y cartucheras, unos con mono, otros con guerreras, éste con gorra militar, el otro con gorro cuartelero y algunos con casco de campaña", conformando un conjunto abigarrado, pintoresco y alarmante, según Eliseo Gómez Serrano. Por ello, se decidió, ya en agosto, recoger a los soldados en el Castillo de Santa Bárbara y poco después se procedió a reconstituir el Regimiento de Tarifa en Lorca, conformado ahora por soldados y milicianos. El 26 y 27 de julio salieron para el frente de Madrid, custodiando un envío de víveres, un centenar de milicianos procedentes de partidos y sindicatos como JSU, PCE, CNT y FAI. Además, IR y UR organizaron unas milicias denominadas Balas Rojas y se conformaron unas Milicias Sanitarias, patrocinadas por la Cruz Roja y el Socorro Rojo Internacional.

En los primeros días de agosto todavía continuaban los problemas de las autoridades provinciales para controlar la situación. El día 4, en un mítin de unidad en la Plaza de Toros, el anarquista Serafín Aliaga incitó a apoderarse de las armas en el Cuartel de Benalúa y al anochecer del día 5, elementos de la FAI y de la CNT principalmente, asaltaron el cuartel, apoderándose de casi todas las armas, incluso ametralladoras y bombas de mano que allí existían, así como las que había en el campamento de Rabasa. En cambio, no tuvo éxito el intento de asalto, días después, al cuartel de la Guardia civil, porque Valdés Casas envió Guardias de Asalto y Milicias, que se adueñaron de todas las armas y pertrechos, guardándoles en lugar seguro.

Como relataba Gómez Serrano, los mandos de la Guardia Civil eran poco de fiar. Además, habían llegado el día 5 de Castellón 150 Guardias Civiles que con los que había en Alicante formaban una fuerza de más de 200, excesiva frente a los 70 u 80 guardias de Asalto, y sin ninguna guarnición del ejército. La situación podría ser peligrosa para Alicante en caso de una defección, por lo que el Gobernador decidió enviar a Madrid a los 150 Guardias Civiles de Castellón. Todavía hubo algún problema en el cuartel de la Guardia Civil de Torrevieja, un conato de rebelión reducido a costa de varios heridos y dos muertos.

En palabras de Gómez Serrano, en esos días, "el Gobierno ha quedado apenas sin fuerza coercitiva. Febrilmente la ha de improvisar, y estas fuerzas bisoñas, tan plenas de espíritu como faltas de técnica, han de suplir con su ardor las imperfecciones de su organización combativa. En la retaguardia acecha su momento la anarquía. Masas ignorantes, lanzadas por fanáticos doctrinarios o por aprovechadores de la revuelta, crean constantes conflictos obligando a las autoridades a dispensar una atención y unos esfuerzos que necesitarían concentrar en las exigencias del frente".

El siete de agosto, salía para Guadix y el frente de Granada una columna de 270 milicianos, casi todos de la FAI y la CNT, al mando del anarquista Francisco Maroto del Ojo, militante del Sindicato de la Madera de la CNT. En días sucesivos salieron bastantes más milicianos, que se unieron a esa columna o formaron parte de nuevas unidades, como las columnas "Stalin" y "Francisco Galán", organizadas por una delegación del Quinto Regimiento, o el Batallón Alicante, que partió hacia el frente de Madrid el 21 de septiembre. También marcharon al frente de inmediato otras milicias organizadas en Elche y Alcoy. Más de un millar de voluntarios ilicitanos nutrieron las filas de la Columna Alicante, las milicias conocidas como "Tigres rojos" y, sobre todo, el Batallón Elche, que combatió en la zona de Carabanchel. En Alcoy, el siete de agosto, salió una columna, compuesta por soldados del Regimiento de Vizcaya y milicianos, camino del frente de Córdoba, a las órdenes del coronel Giralt y del teniente Roberto García Doménech. Más tarde, en diciembre se organizaron en Alcoy dos centurias de la CNT que lucharían en el frente de Aragón, integrados en la 82 Brigada Mixta, y tomarían parte en la conquista de Teruel.

Pero, sin duda, el Batallón de milicianos más famoso fue el Alicante Rojo, compuesto principalmente por miembros de la Juventud Socialista Unificada de Alicante, La Vila Joiosa, Calpe, Novelda, Polop, Orba, Pego, Gata, Altea, Benidorm, Relleu, Sella, Aspe, Novelda, Elda, Monóvar, Benissa y otras muchas localidades. Salió el Batallón Alicante Rojo el 26 de septiembre hacia Madrid, organizándose en Alcalá de Henares. Llegaron al frente sin preparación militar y pronto entraron en combate en la Alcarria. Su actuación más destacada, integrado ya el Batallón en la 71 Brigada Mixta, se produjo en la batalla de Guadalajara, donde por primera vez las tropas republicanas obtuvieron una clara victoria en campo abierto, derrotando a las tropas fascistas italianas.

La sublevación militar de julio de 1936 provocó la guerra y -paradójicamente- la revolución que pretendían evitar sus inspiradores, al producir la quiebra del estado republicano. En Alicante, el fracaso del levantamiento en Valencia, la dubitativa postura del general Aldave, la oposición de los militares leales a la República, dirigidos por Eduardo Rubio Funes, la enérgica actuación del gobernador civil, Valdés Casas, y la organización de los partidos y sindicatos de izquierdas consiguieron controlar el golpe de Estado.