H ubo varios momentos claves en la Noche de la Economía Alicantina que el pasado martes reunió en el auditorio de la Diputación a ochocientos empresarios y unas cuantas decenas de políticos. A saber: la subida al escenario del presidente de la CAM, Modesto Crespo; el dominio del mismo, en el escaso minuto y medio que estuvo, del ex alcalde de Almoradí, Antonio Alonso; el arranque, sobre todo, pero también el final, de la intervención del presidente de la Cámara, José Enrique Garrigós; y el estupor que de nuevo dibujó en el rostro de todos los presentes el discurso del jefe del Consell, Francisco Camps.

Con la caja. Fuera de guión, la Cámara entregó una placa a la CAM, que recogió Crespo. La excusa fue el apoyo que la caja ha dado durante los últimos veinte años al acto que celebra la institución cameral, pero el objetivo era dar respaldo público a una entidad que, con graves errores pero también muchos aciertos a lo largo de su centenaria existencia, se encuentra contra la espada y la pared, presionada y obligada en demasiadas ocasiones a pelear con unas reglas del juego distintas a las de las demás, y cuya desaparición, si finalmente se produjera, tendría profundas consecuencias sobre la economía de la provincia. La iniciativa no carecía de riesgos: Crespo no es hoy precisamente el hombre más respetado, ni por los empresarios, ni por los empleados de la propia caja, ni por la sociedad civil en general. Con razón o sin ella, en él se ha personalizado todo lo que ha llevado a la caja a la delicada situación que vive y es opinión extendida la de que un presidente de mayor solvencia que la que él aporta hubiera podido evitar algunos de los dislates que en los últimos dos años se han cometido a la hora de buscar un lugar al sol en el nuevo y cambiante mapa financiero. Pero la jugada resultó bien: se llevó una ovación del aforo, compuesto en su mayoría por autónomos y pequeños y medianos empresarios, que por encima de todo lo que quisieran es poder seguir contando con un instrumento financiero cercano y que entienda las peculiaridades económicas de esta provincia. La CAM -no Crespo, sino la caja como herramienta propia y necesaria- salió del acto con el apoyo expreso del empresariado alicantino, recogido también con claridad meridiana por el presidente de la Cámara. Fíjense: lo que da de sí una simple placa.

Veteranía. En una noche en la que el ahora omnímodo poder campista mostró sin ningún recato su desprecio por el todavía presidente provincial de su propio partido, José Joaquín Ripoll, al que hicieron un desplante tras otro en un recinto que no existiría de no ser por él, Antonio Alonso, el ex alcalde que desde Almoradí fue durante décadas el fiel de la balanza en la política de una comarca tan compleja como la Vega Baja, demostró que es diablo viejo y dio una lección de cómo pueden enviarse los mensajes más severos sin necesidad de decir palabra. Primero, Alonso, que recibía un premio por la labor de su empresa de Artes Gráficas, Edijar, se detuvo unos segundos, en una esquina del proscenio, aparentemente bromeando con la azafata que debía acompañarle. Con ello, provocó que José Joaquín Ripoll, que era quien le entregaba la distinción, llegara primero al centro del escenario y se quedara allí solo, mientras sonaban los aplausos, haciendo que pareciera por unos instantes que el homenajeado era el defenestrado presidente de la Diputación. Luego, se acercó pausadamente a él y le dió un cálido abrazo, justo delante de Camps. Y para rematar la faena, cuando Ripoll se fue, Alonso aún se quedó unos segundos más, borró la sonrisa del rostro, miró fijamente al jefe del Consell y se fue sin hacer ni un solo gesto de saludo, mucho menos de reverencia. Lo dijo todo, sin necesidad de decir nada: sólo midiendo los tiempos y componiendo cada gesto. Debería haber una cátedra para eso, en la que Alonso pudiera impartir clases.

Contundencia. Y luego llegó el momento más esperado por la concurrencia, sin duda: el parlamento del presidente de la Cámara. Y Garrigós sorprendió haciendo un buen discurso en el fondo y en la forma, duro aunque sin aspavientos. Si el jefe del Consell pensaba que acudía a territorio conquistado; si creía que los tiempos en que la Noche de la Economía eran más una tortura que una fiesta han acabado, se equivocó. Y lo supo nada más empezar su intervención el presidente de la Cámara, porque Garrigós lo hizo sin contemplaciones: ni una breve entradilla, directamente al grano, con un power point tras él que iba machacando en números que parecían gigantes las reclamaciones y los agravios que, micrófono en mano, desgranaba. Es cierto que hubo alguna trampa: al hablar de la discriminación del Gobierno central no contabilizó la inversión en el Plan E, de tal manera que esa marginación se magnificó; mientras que, por el contrario, al referirse a los recortes que el Consell hace padecer a Alicante, sí sumó a las cifras el Plan Confianza a pesar de que la Generalitat no ha liquidado un euro aún de la mayoría de sus obras, como tampoco ha abonado otros muchos contratos, por ejemplo la parte que le correspondía financiar del mismo auditorio en el que el acto se celebraba, con lo que el maltrato en gasto del Consell a Alicante pareció menor de lo que en realidad es. Pero el recado fue certero: ni Madrid ni Valencia pagan lo que tienen que pagar a una provincia que aporta más de lo que recibe de ambas administraciones y que ya no puede seguir permitiendo esa rebaja injustificada.

Los campistas, con su jefe a la cabeza, no disimularon su malestar con el discurso de Garrigós: esperaban a un anfitrión complaciente y domado y no a uno que les leyera la cartilla; los socialistas también se sintieron vapuleados y ninguneados; y los seguidores del anterior presidente cameral, Valenzuela, trataron de minusvalorar el peso de lo que Garrigós había dicho. Pero el titular de la Cámara hizo lo que debía: ser por una noche, sin estridencias pero con rotundidad, el portavoz de todos los empresarios, y exigirle a los políticos que trabajen, que gestionen y que cumplan: que hagan que la economía se mueva. Y que lo hagan ya y con medidas concretas, algunas de las cuales él mismo puso sobre la mesa.

Mutis. Garrigós, que en unos temas puso más énfasis y en otros pasó de puntillas, no dejó en todo caso sin tocar nada que hubiera que exponer. Y es posible que aún le falten la garra o el repertorio actoral que desplegaba en el atril Valenzuela. Pero a cambio hilvanó un discurso diáfano, categórico y que no perdió en ningún momento el ritmo, ni en la parte reivindicativa ni en la propositiva, ante un atónito Camps, que parecía no esperárselo. El presidente de la Cámara estuvo, pues, en su sitio. Pero, como siempre, no encontró respuesta por parte de su interlocutor. El discurso de Camps fue más insulso y vacío que nunca, lo que ya es rizar el rizo. A pesar de que Garrigós le había planteado cuestiones precisas y compromisos inapelables, como el plan de pagos urgente, no respondió a nada ni a ninguno. Lejos de darse por aludido, se llamó andana y se limitó a repetir una y otra vez que estaba allí porque había ganado las elecciones. Será que aún no se ha dado cuenta de que no es ganar, sino gobernar, lo que está obligado a hacer.