El pasado viernes la Junta de Gobierno del Ayuntamiento de Elche decidió cambiar el nombre de la Avenida del Ferrocarril por el de Avenida del alcalde Vicente Quiles. Igualmente, decidió poner el nombre de República Argentina al que hasta ahora ha sido Jardín de Dolores Ibárruri. Toda una declaración de principios. ¿Qué pensar sobre ello? Cuando uno se encuentra ante una medida tan imprudente no puede por menos que extremar la prudencia en el juicio.

Es cierto que Vicente Quiles realizó obras, desde el punto de vista de gestión, que resultaron de interés para la ciudad. Lo es. Yo mismo he relacionado y valorado en esta columna sus méritos. Y lo hice en la época 79-83 siendo concejal del Partido Comunista. Ésos son los méritos a los que el portavoz de la alcaldesa alude para poner su nombre a la avenida. Pues bien, si lo que se quiere es reconocer sus logros en el terreno de la gestión, hay múltiples formas de hacerlo. Sin embargo, Vicente Quiles fue el último alcalde de la dictadura. Es más, fue el alcalde franquista por excelencia. Y nunca quiso abjurar de su devoción por el fascismo y de su aversión a la democracia. Yo, que tuve una afectuosa relación con él durante los últimos treinta años de su vida, mantuve esta conversación varias veces. Siempre se mostró inflexible. Algunos llamarán a esto coherencia. No. Es empecinamiento. Pero, en definitiva, siempre se negó a admitir el sistema democrático. La concesión de una calle la hace un ayuntamiento y tiene, ante todo, un valor esencialmente político. E implica un juicio político. A un técnico, a un profesional se le puede dedicar una calle por sus méritos exclusivamente. A un político, no.

Pero, esto no es todo. En la misma sesión, la Junta de Gobierno decide quitar el nombre de Dolores Ibárruri a un jardín. Qué duda cabe que el equipo de gobierno está invitando a relacionar una medida con la otra. Pasionaria gustará a unos y no a otros. Lógicamente. Pero, fue un personaje de relevancia histórica que, desde luego, luchó por traer la democracia a España y fue diputada en las primeras Cortes. El argumento de que nada tiene que ver con Elche es burdo y ofende la inteligencia de las personas de sentido común. Sí tienen que ver con Elche, y mucho, las personas para las que fue un símbolo. Como nada tiene que ver con la ciudad la República Argentina y sí los argentinos que pidieron un reconocimiento, pero no a costa de defenestrar otro. De manera, que el mensaje que se lanza es nítido, aunque espeluznante: sí a los políticos que creen en la dictadura, no a los que creen en la democracia.

¿Cuáles son, entonces, las verdaderas intenciones de la alcaldesa Alonso con estas medidas?. Desde luego, no realizar un homenaje a Vicente Quiles, cuya biografía obliga ahora a poner en solfa de una manera que removería la tumba de cualquiera. No, evidentemente, no. La verdadera razón es mucho más preocupante. Se trata de una fijación de posición por parte de la alcaldesa. De una declaración expresa de su talante y de cuál va a ser su estilo de gobierno. La bravata. La provocación. El "ahora os vais a enterar". Y, para ello, no repara en hacer una declaración de fe expresa en los valores antidemocráticos. Ni duda en rescatar un debate inútil acerca de la guerra civil -en el caso de Dolores- de forma extemporánea, innecesaria y, desde luego, no desde la reflexión sino desde la revancha. Reescribiendo la historia, una vez más desde el bando vencedor, cuando la sociedad española ya zanjó el tema en un ejemplo universalmente reconocido de reconciliación nacional.

Una toma de posición incomprensible. E injusta. Desde el primer ayuntamiento democrático, la izquierda ilicitana siempre mostró un respeto exquisito con la derecha sociológica. Fue respetuosa con sus símbolos, sus creencias, sus costumbres. Apoyó y dio soporte a sus manifestaciones culturales, lúdicas. Colaboró con sus organizaciones sociales y económicas. Y, todo ello, ante la incomparecencia de la propia derecha política que nunca consiguió estructurar un partido que representase realmente sus intereses. Esto es algo que sabe la mayoría de sus propios votantes. Nada en estos mensajes de la alcaldesa tiene que ver con las necesidades reales de la ciudad. Elche tiene ahora, como todas las ciudades en Occidente, problemas económicos y paro. Pero, siempre mantuvo la moderación y la concordia en la convivencia. Hoy tiene una alcaldesa insensible a esos valores y decidida a introducir la discordia y la bronca en la ciudad. Y, lo que es peor, se siente jaleada por su clientela más cercana. Ésa que no repara en considerar la victoria de Alonso, no como el resultado de la expresión popular en un momento dado y por las razones normales que mueven la conducta electoral, sino como una cuenta pendiente con la reconquista de la ciudad por parte de quienes siempre se sintieron sus dueños. La venganza compulsiva ante una afrenta que nunca existió.

Ésta es la auténtica cuestión. A Mercedes Alonso se le votó porque los ilicitanos estaban sufriendo con la crisis y quisieron castigar a quien estaba en el poder. Evidentemente, no ha entendido el mensaje. Ella está profundamente convencida de que se le ha votado para realizar la reconquista. Y no está dudando en alinearse con la derecha más extrema y convertirse ella misma el sector más ultra del PP.

Desalentador para esta ciudad.