Sin darme cuenta o queriendo y yo diría que por lo último, pues nunca hacemos nada porque sí, consciente o inconscientemente he escrito sobre los pecados capitales y si hoy lo hago también ya sólo me quedará hablar de uno de ellos.

La lujuria, la pereza y la gula, la ira y la envidia, han desfilado por aquí en semanas anteriores y si presto atención ahora a la avaricia, únicamente quedará hablar de otro de esos pecados, la soberbia, que ejercemos con insistente vocación y nos conduce de cabeza a nuestro particular infierno.

Hablar en la actualidad de pecados capitales tiene connotaciones distintas a las de otras épocas porque con los años todo cambia de color, en ocasiones lo pierden y con ello cambian el significado. Si algo afecta a todo es el paso de los años, nada queda indiferente al transcurso del tiempo y en cuanto a los pecados, como son algo subjetivo, la moral, que también lo es, hace que dejen de serlo. Muchas faltas que eran pecados capitales, mereciendo la muerte como castigo, han pasado a ser veniales; los veniales constituyen parte importante en la vida de la persona y hasta se consideran oportunos para sobresalir en una sociedad, tan competitiva como la actual, donde importa más tener que ser, demostrar sin abstenerse y obtener sin esfuerzo, porque significa que somos capaces.

Tampoco hay donde redimir nuestros pecados pues el Infierno ha desaparecido y se ha perdido algo tan romántico como el Purgatorio, que era lugar para la lección moral y ejercicio de humildad.

Con los años, decía, uno adquiere la costumbre de hablar sin que le importe la opinión de los demás y habrá quien piense que estoy escribiendo en broma o con ironía. Nada más lejano de mi intención. Pecador en mi medida, hoy los pecados me importan y para cada uno de nosotros está vigente el infierno, y necesitamos un purgatorio si no queremos caer en aquél.

Todo ha cambiado porque todo cambia, pero dudo mucho que nadie escape a sus propios infiernos y purgatorios. Cada uno tenemos los nuestros, donde purgamos o sufrimos la consecuencia de los pecados. Que nadie se engañe. Muy pocos conocen la gloria y alguno, encandilado, prendado en falsos oropeles, al despertar descubre que se trataba de una ilusión, un sueño.

La avaricia, como la lujuria y la gula, es un pecado de excesos. Sin embargo, la avaricia (vista por la Iglesia) se aplica sólo a la adquisición de riquezas en particular. Tomás de Aquino escribió que la avaricia es "un pecado contra Dios, al igual que todos los pecados mortales, en los que el hombre condena las cosas eternas por las cosas temporales".

En el Purgatorio de Dante, los penitentes eran obligados a arrodillarse en una piedra y recitar los ejemplos de avaricia y sus virtudes opuestas. Avaricia es un término que describe muchos otros ejemplos de pecados. Estos incluyen deslealtad, traición deliberada, especialmente para el beneficio personal, como en el caso de dejarse sobornar. Búsqueda y acumulación de objetos, robo y asalto, especialmente con violencia; los engaños o la manipulación de la autoridad son todas acciones que pueden ser inspirados por la avaricia. Si alguien no ha incurrido alguna vez en ello -siguiendo en este orden moral- que lance la primera piedra.

Conocemos la imagen clásica que ha mostrado la literatura sobre los avaros y en la mente tenemos la ilustración de cualquiera de esos personajes. Una imagen muy distinta, con toda seguridad, de la que tenemos de nosotros mismos. Si pensamos, encontraremos seguramente en algún rincón de nuestra existencia una imagen propia que nos recuerda aquellas. Tanto da, lector, porque no se trata ahora de flagelarse.

Miremos cómo queda una calavera. Ese es nuestro final desprovisto de todo adorno. Tampoco se trata ahora de pensar cuánto nos llevamos a la otra vida ni a quién van a ir nuestros bienes. Pienso en los muchos anhelos, tantos de ellos admirables y lícitos, que también han sido incurrir en avaricia y son causa de haber vivido, innecesariamente, la vida con tanto desvelo.