No pretenden ser estas líneas un artículo científico, ni mucho menos. Porque para ello ya existen expertos, y muy expertos en esta provincia, que pueden deslindar las múltiples aristas que existen en nuestra mente y definir y redefinir los muchos interrogantes que se despiertan en el ser humano acerca de la forma en la que funciona nuestro cerebro. Y es que no podemos negar que desde el punto de vista de la sociedad en general estos interrogantes existen y se nos presentan cada día sin que les podamos dar una respuesta aproximada para comprender por qué reacciona la gente de una manera ante la vida, y ante los acontecimientos que nos rodean. Así las cosas, y como ejemplo, nos levantamos esta semana con una noticia de un chico de 17 años que se presenta en unas dependencias policiales confesando que ha matado a su madre y a su hermano de 12 años de edad sin motivo aparente y de una forma tan cruel a base de cuchilladas. Inexplicable. Otras veces hemos leído noticias de padres que han sido capaces de matar a sus hijos para que su expareja, con la que está en un proceso de ruptura, no los vea más, o incluso, en otras, es la propia madre la que lo ha hecho con sus propios hijos. Decenas de juicios vemos todos los días los profesionales de la justicia en los que nos miramos los magistrados al terminar las sesiones sin dar crédito a lo que hemos visto y escuchado. Tenemos que juzgar los hechos porque es nuestra labor, pero aunque llevemos muchos años de ejercicio nos cuesta trabajo comprender y entender la perversidad del ser humano y/o hasta dónde es capaz de llegar la mente humana con su intención de hacer daño a otro. En ocasiones es fruto de un arrebato momentáneo, y en otras hasta es planeado de forma detallada. Pero en cualquier caso un arrebato, por muy fuerte que sea, no puede llevar a cometer execrables crímenes como los que estamos viendo.

Pero el cerebro, nuestra mente, también actúa de otra manera menos violenta cuando quiere hacer daño, porque hay personas que actúan con violencia psicológica para causar daño a terceros, otros emplean procedimientos para causar daño moral, o para separar a otros de una actividad laboral, de un cargo, o de un puesto sea de la dimensión que sea. Se trata, en definitiva, de llevar a cabo estrategias dirigidas a conseguir la destrucción de los demás, de su entorno, de su grupo de relaciones y de dejar sin oxígeno a la persona o grupo de personas hacia quien va dirigida la acción destructiva. En definitiva, que frente a las acciones violentas que nuestro cerebro es capaz de planear y llevar a cabo nos encontramos con otras que causan no un daño físico, pero si un daño psicológico, laboral, de relaciones sociales, y de menospreciar a todo aquel que no comulgue con una determinada línea de actuación. Quizás, sin embargo, estas mismas personas que tienen en su cerebro ese cajón preparado para actuar y causar mal de forma indiscriminada pueden tener otros cajones en los que ellos mismos quieran hacer bien a los suyos, o a aquellos a los que optan por tratar de diferente manera. Y que incluso son capaces de criticar actuaciones dañinas de terceros que ellos no ven justificadas. Algo así como si el cerebro quisiera olvidar que ellos mismos ya han hecho lo mismo con otras personas y que no se dieran cuenta de que hacen crítica de lo que ellos mismos llevan a cabo todos los días de forma rutinaria.

Esta mecánica de actuar provoca que, en realidad, los verdaderos objetivos que debe tener la sociedad, dirigidos a buscar la unión para conseguir el progreso social, se difuminen en el espacio y en el tiempo. Provoca que en momentos de crisis como el que nos encontramos las respuestas a los problemas no se acaben encontrando. Provoca la pérdida de tiempo del desgaste empleado por unos en atacar y en otros en defenderse contraatacando y la afectación general que ello determina en el devenir de la sociedad entera. Porque es inexplicable un proceder del cerebro, de nuestra mente, que sea capaz de dedicarse más a causar el mal que a causar el bien. Porque a nuestro cerebro le estamos exigiendo que se dedique más a pensar en cómo comportarse de forma negativa que de forma positiva. Y porque si lo entrenamos a esa actividad cada vez es más difícil que pueda responder a los estímulos de encontrar vías para resolver los problemas de la sociedad. Si a nuestro cuerpo lo entrenamos en una forma negativa nuestra mente y nuestro cerebro estarán acostumbrados a buscar sistemas que actúen y se desenvuelvan en esos términos. Porque los cajones de nuestro cerebro que contienen impulsos negativos se habrán hecho tan grandes que ya no los podremos ni cerrar. Y cada vez será más difícil conseguirlo porque, desde luego, entrenándonos en ese objetivo lo estamos haciendo pero que muy bienÉ Y a más de uno habría que felicitar efusivamente.