Estoy seguro de que Sonia Castedo llevaba años preparando un día como el de ayer, en el que por primera vez iba a ser investida alcaldesa por méritos propios, y no en condición de mera sucesora. Supongo que lo había imaginado como uno de los momentos más felices de su vida. No creo que, al final, haya sido así. Al contrario, estoy convencido de que para la primera edil de Alicante ayer fue un día difícil, cuando no triste. Y para la ciudad, una jornada más de decepción. Los gritos que llegaban al salón de plenos desde la calle podrían ser más o menos extemporáneos, pero reflejaban un sentimiento cada vez más extendido de hartazgo y frustración al que, ni los partidos políticos en general, ni la alcaldesa ayer en particular, están siendo capaces de dar respuesta cabal. Lo fían todo al "ya escampará". Pero puede que no escampe.

La pieza separada del caso Brugal referida al urbanismo de Alicante, el contenido de cuyo sumario ha venido publicándose en las dos últimas semanas, no desvela en realidad nada que no se supiera. Más allá de deducciones a veces certeras y otras excesivas en la construcción del relato policial y acusatorio, el informe con el que trabaja el juzgado no hace en el fondo más que poner negro sobre blanco sospechas, y a veces certezas, que venían denunciándose desde hace años por parte de algunos periodistas, algunos colectivos cívicos (la Plataforma de Iniciativas Ciudadanas) y algunos partidos (EU y Vecinos por Alicante, fundamentalmente), bien que con escaso eco.

Denuncias reiteradas. Sin ir más lejos, en estas mismas páginas se escribió, con motivo de la aprobación provisional del Plan Rabasa, que "ni Alperi ni la Generalitat estuvieron con los ciudadanos cuando éstos los necesitaban, pero bien diligentes se muestran cuando de garantizar la cuenta de resultados de un determinado empresario se trata", en un artículo (Fraude de ley, 30 de marzo de 2008), en el que igualmente se emplazaba al empresario Enrique Ortiz a proclamarse alcalde, ya que con ello "no cambiaría nada, pero al menos cada uno estaría en su sitio". Pero mucho antes, tan lejos como hace diez años (El alcalde que vive en El Campello, 6 de mayo de 2001), se había advertido del "ritmo de vida" del entonces alcalde y de muchos de sus concejales, y lo sorprendente que resultaba "lo mal que administran las cuentas públicas, frente a la pasmosa habilidad que muestran para sacar partido a unos sueldos que, sin ser bajos, no dan para tanto boato como exhiben".

Solares y tesoros. Nadie hizo caso. Y luego, cuando casi una década después Sonia Castedo relevó a Alperi en la Alcaldía, también se señaló aquí que llegaba precedida de un tiempo "en que había un alcalde, Alperi, que miraba Alicante y no veía más que un puñado de solares, bajo cada uno de los cuales podía esconderse un tesoro (...) Y de una concejal de Urbanismo, la hoy alcaldesa, que se convirtió en la más eficiente ejecutora y más ardorosa defensora de ese discurso, que iba depredando la ciudad por parcelas (...)". "Tiempos en que había dos alcaldes, Alperi y Ortiz, y ninguno defendía el interés general", se afirmaba en ese mismo texto (Lo que mal empieza, 20 de diciembre de 2009), que concluía pidiendo a Castedo un ejercicio de "liderazgo, responsabilidad y humildad" para "no perjudicar a la ciudad".

No creo, sinceramente, que no quisiera hacerlo. El propio Alperi se queja en alguna conversación grabada con Ortiz de que Castedo le "odia a muerte", responsabilizando de esa animadversión a dos periodistas (uno de ellos, el que suscribe) que le han aconsejado que se separe de él y del constructor, a lo que éste replica ufano que con él no puede. Es posible que esto último fuera cierto, y que hayamos tenido una alcaldesa secuestrada. O puede, incluso, como razonan otros, que Castedo en un momento dado sí quisiera desplazar a Alperi, pero no para desmontar el espeso entramado de influencias tejido entre él y Ortiz, sino para pilotarlo ella. Pero ya he dicho que creo que sí que quiso, pero no supo o no pudo, presa entre otras cosas de su propio pasado. Porque la línea de defensa de Castedo en este caso no es otra que la de que el constructor, a la postre, no obtuvo, con ella en la Alcaldía, ningún beneficio de sus tejemanejes. Y puede que sea cierto o puede que no: llevará meses estudiar a fondo un documento tan complejo como el PGOU para saber la verdad. Pero el problema de Castedo, leyendo el sumario, no es tanto lo que decidió como alcaldesa, cuanto lo que hizo antes de llegar al cargo o, precisamente, para poder llegar a él. Ése es el lado oscuro de esta cuestión: que en el sumario Alperi aparece como un alcalde promotor de negocios privados, preferentemente con Ortiz, pero también con otros, y Castedo como una alcaldesa que le dice al dueño del Hércules una cosa y luego hace otra. Pero mientras Alperi gobernó necesitaba para sus enjuagues de alguien en Urbanismo que ejecutara sus instrucciones, y ésa según el sumario fue Castedo. Y Castedo no se plantó como debía justamente porque no hacerlo era lo que le garantizaba llegar a la Alcaldía. Ésa es su cruz.

Discurso equivocado. Castedo niega de plano haber cometido delito alguno (en un sumario en el que están imputados ya amigos y familiares, además del constructor y del redactor del PGOU, y en el que pronto lo estarán también ella y su antecesor), aunque ha reconocido que se equivocó en algunas de las cosas que hizo y que otras no fueron "éticas", vistas hoy y en perspectiva. Simplemente esto último podría haber bastado para que renunciara a tomar posesión de su cargo o su partido le instara a ello. Pero ni ocurrió ni nadie esperaba que sucediese. Ahora bien: puestos a continuar, ayer tenía una oportunidad de oro para transmitir a la ciudadanía una voluntad firme de cambiar a partir de aquí las cosas, mientras espera la resolución judicial. Y la desperdició. Lejos de asumir culpas, pedir disculpas y mostrar un sincero propósito de enmienda, se acogió a la tan sobada como falaz teoría de que los resultados electorales son las aguas del Jordán, que purifican todos los pecados. Y, sin embargo, es falso que "lo que las urnas han dicho no puede modificarse en otros lugares", como afirmó, porque eso sería tanto como reclamar para los políticos impunidad y cargarse el sistema democrático, cuya base no es el ejercicio del poder, sino el control del mismo.

Golpe de timón. Aún está a tiempo, no obstante, de enderezar el rumbo. Tiene decisiones importantes que tomar en los próximos días pero se equivocará si no comprende que las más acuciantes son las que puedan encaminarse a sacar a su gobierno y al urbanismo de esta ciudad de la sombra de la sospecha. Al margen de lo que provean los tribunales, que tienen otros tiempos y otros criterios, una comisión cualificada e independiente debería poder someter a escrutinio el Plan General. Y quizá sea el momento, también, de plantearse si la grandeza política no reside en tener 18 concejales, sino precisamente en ampliar el horizonte a pesar de ese poder tan absoluto. Tal vez ésta debiera ser la legislatura en que Urbanismo no estuviera bajo el control del PP. Hay en esa Corporación, fuera del PP, quien está preparado, si quiere, para asumir esa responsabilidad . ¿Que sería tanto como admitir que el PP no puede dirigir el Urbanismo sin corromperlo? No; al contrario: lo que demostraría es que el PP es capaz de poner el bien general por encima del interés partidario, apartando por un tiempo el área más sensible del centro de la polémica.

Llevo demasiados años en esto como para saber que no lo hará. Que eso pasa en Francia, en el Reino Unido, en EEUU o en Alemania, casi nunca aquí, aunque Felipe González ganó unas elecciones que tenía perdidas llevando con él al juez Garzón. Pero lo que también sé es que si Castedo no recupera la iniciativa política, los tribunales podrán exonerarla o no, pero pase lo que pase ella verá a Alperi cada vez que se mire al espejo. Y, lo que es peor, los vecinos la verán a ella, pero pensarán que es él.