El daño ya está hecho. De poco o nada nos sirve ahora a los agricultores que la consejera de Sanidad, Cornelia Prüfer-Storcks, haya rectificado. Nos acusó de un grave delito, haber intoxicado a personas con nuestros pepinos, incluso de haberle ocasionado la muerte a 17 de los afectados. ¡¿Cómo se atreve a acusarnos de ser los verdugos y, encima, sin prueba alguna?! Nuestra indignación se suma a la indefensión que estamos sufriendo.

Desde el preciso momento en el que la consejera se atrevió a lanzar sus venenosas mentiras a los medios de comunicación, actuando de forma irresponsable al no actuar siguiendo el protocolo de actuación europeo establecido para estos casos, los países de la Unión Europea empezaron a cerrar sus fronteras a nuestros productos. No sólo a los pepinos, sino al resto de hortalizas y frutas españolas también. Y del cierre de las fronteras, a los carteles colgados en los comercios y supermercados europeos que dictaban así: "Libre de productos españoles". ¡Se han cargado la marca España de un plumazo!

Mientras esto sucedía, los productores de pepinos y el resto de agricultores de la provincia de Alicante sufrían las consecuencias. Iban a las lonjas y no podían vender sus productos. Tampoco en Mercalicante, Mercavalencia ni a un solo representante. Hasta las cooperativas dejaron de comprarles y anularon los pedidos solicitados. Al ser productos frescos, cientos de miles de toneladas de productos hortofrutícolas han ido a parar a la basura y continúan haciéndolo día tras día.

El mensaje de intoxicación alimentaria penetra con fuerza. Todavía se niegan a comprar nuestros pepinos, pimientos, patatas, lechugas, nísperos, limonesÉ Echan pestes de todas las frutas y hortalizas producidas en España. El mundo se ha vuelto loco. Rusia continúa con sus puertas cerradas, aunque desconozca dónde se encuentra exactamente la bacteria Escherichia Coli, por lo que no evita que siga colándose por sus fronteras. Hasta los países norteafricanos se negaron ayer a adquirir nuestras mercancías. ¡Será posible! Si ni siquiera cumplen con las mismas garantías de calidad alimenticia que nosotros. Más que provocar la risa, es para echarse a llorar. Ya nos han desplazado como exportadores en los principales mercados de la Unión Europea. Cuando un proveedor desaparece, otro ocupa su lugar para que continúe el suministro. Así son las reglas de este juego manido y la situación es grave. España con su endosa crisis sólo encontraba como fuerte apoyo el dinero que se factura con la agroalimentación. Los daños deben ser reparados y compensados económicamente con urgencia con ayudas directas a los agricultores para que sus negocios no desaparezcan.

Todo esto ha ocurrido cuando desde el principio habíamos denunciado que era imposible que la contaminación de la bactería se hubiese producido en origen. España, y el sudeste peninsular, tienen una agricultura que se ha convertido en todo un ejemplo gracias a los esfuerzos que ha realizado el productor para optimizar los recursos disponibles como el agua, la inversión en I+D+I, la aplicación de políticas de Residuo 0, que eliminan el uso de fitosanitarios y todo aquello que contribuye a la protección de la salud del consumidor. Todos los productores siguen cientos de controles y realizan estudios de trazabilidad que prueban estos hechos. ¿Cómo se atreve Alemania a acusarnos de negligentes cuando recientemente ha demostrado tener un sistema agropecuario obsoleto y ha tenido que cerrar entre 4.000 y 5.000 explotaciones por utilizar piensos contaminados con dioxinas? ¿Cómo se atreve a hacernos tanto daño?

Gracias a la debilidad del actual Gobierno, la Unión Europea se ha vuelto a colocar de perfil y ha adoptado, como ya nos tiene acostumbrados, una postura indefinida y permisiva, que para postres beneficia a Alemania. El abuso que hemos sufrido y la falta de respeto a la que nos han sometido evidencia que Alemania nos ha tratado peor que a Marruecos, China, Kenia o a cualquier otro tercer país. Queda demostrado que no tenemos ninguna fuerza en Europa. Con un Gobierno tan débil como el nuestro se ha permitido el menosprecio absoluto a la agricultura mediterránea, a nuestro prestigio como país y a un sector que no sólo supone una fuente de salud, bienestar, riqueza y empleo, sino el sustento de miles de familias. Me hubiera gustado ver si con Francia o Gran Bretaña hubiesen hecho lo mismo. Hemos perdido peso, se ha puesto de manifiesto que somos vulnerables y es que nos faltan políticos que tengan lo que hay que tener para defender nuestros pepinos.