El grito ha llegado a la calle, y parece que lo ha hecho para quedarse. Oleadas de jóvenes, de procedencia heterogénea y no surgidos de ninguna "extrema", ni siendo, en esencia, antisistema, ni "perroflautas", como han venido en llamarles cuatro gilipollas genéticos, claman al cielo sordo un viraje brusco en la forma de hacer las cosas, de gestionar un paísÉ de insuflar una excelencia que, por desuso, se ha oxidado. Están hartos, como casi lo está todo el mundo. Hartos de los privilegios de la clase política; de sus sueldos de oro blindados, de las pensiones vitalicias de los presidentes; de un sistema electoral estanco que prostituye la verdadera intención del voto (listas abiertas, oigo); de que se rescate a los bancos (representación financiera de lo más subyugante y sin alma), al tiempo que se observa en un mar lloroso manchas densas de gente sin futuro; de la desnutrición del estado de bienestar; del embargo de los pisos que no liquidan hipotecasÉ En suma, hasta los "santísimos" de un sistema, de toda una estructura de negligencias y duplicidades, que en España cohabita con el paro juvenil más elevado de todo el primer mundo, el 40%. Algo sencillamente inaguantable. Insostenible.

Ha sido un grito espontáneo, de miles de almas, desnortadas, con miles de razones, enrabietadas, las que se han concentrado en lugares emblemáticos de las principales ciudades, asentado sus carruajes desvencijados, sus harapos de presente, para crear un estado de opinión que agite el entumecido músculo del español medio hacia un "Basta ya" que se extienda corrosivo y presuroso a todos los rincones del país. No son nuevas sus demandas, ni en absoluto, inviables. Muchas vienen plasmadas en los programas de distintos partidos políticos, aunque a modo de promesas que cuelgan de una foto o de una sonrisa a la que se le ha corrido el maquillaje (imprescindible) de la credibilidad; esa capa de ornamento, de general falsedad, que a modo de coartada seductora, tan jugosos caldos de rédito electoral ha dado hasta hace poco a toda la clase política. Lo cierto es que la gente está hastiada, desconfiada de ese Estado que se erigió en paternalista y garante de un estado de cosas, que asumió sus beneplácitos, y otorgó sus donesÉ Un Estado, por cierto, que nosotros asumimos, y consentimos, a mandíbula batiente, henchidos de gozo, reconózcase. Hasta que ya no pudo más, ese "padre" de barro fabricado en el laboratorio de lo efímero. Y se desplomó, de sopetón, desheredando al hijo por el que daba la vida y lanzándolo al curso de un río ingobernable en su caída. Así pintan las cosas.

Democracia Real Ya pretende un cambio radical del sistema, de todo el organigrama de las relaciones administrativas, judiciales y financieras del país; desde el tuétano hasta la epidermis. Ha nacido con una apariencia virgen, alejada, en principio, de toda influencia de partidos políticos, limpios de polvo y paja, sin ataduras ni servidumbres, sin peajes, lo que les confiere un grado de inocencia y "verdad" que les permite recorrer muchos kilómetros ganando apoyos espontáneos con sólo avisar de su visita. Pero, ¿a dónde nos llevará este guante que Democracia Real Ya tira al Estado sin que a nadie le tiemble el pulso, aunque sea el pulso de las consecuencias? Pues convendría ponderarlas. El Estado no es el enemigo. Ni el sistema. Son los vehículos a través de los que se debe acceder a ese profundo cambio que reclaman. Si no se considera antisistema, Democracia Real Ya, algo en lo que firmemente creo, debería adentrarse en él, y desde ahí, desde su intestino, acometer la transformación, a los niveles buscados y hasta donde se pueda. Una revolución social sólo llevaría a un desbordamiento de las aguas, que ya demasiado turbias bajan. El "desgobernado" estado de cosas, sin control y con violencia, sería un caldo de cultivo idóneo para que aquellos grupos marginales, entonces sí, antisistema y extremistas, asumieran un papel jamás en condiciones normales, imaginadas. Y de esa peligrosidad, no quiero ni pensar.

Democracia Real Ya, ha puesto en solfa todo un entramado de mentira, nepotismo y ausencia de libertad real. Pero esto no es nuevo, ya se sabía, y lo que es peor, se consentía. Hasta por quienes os concentráis hoy en cada plaza de España. Construyamos lo que desde Sol y hasta tantos lugares de España, demandáis. Pero desde el sistema, desde las estructuras democráticamente construidas que con tanto sudor y sacrificio persiguieron nuestros padres. Pienso que no hay otra. Cualquier otra opción sería un acto entendido por el pueblo como de irresponsabilidad, fuera de la ley, lo que inevitablemente os menguaría. Ya que hay grito, que lo sea con inteligencia y respeto. De ese modo tendréis un territorio futuro ya ganado.