Por tercera vez en menos de un año se están podando los árboles de Benalúa para reducirlos a un simple tronco con un pobre muñón de ramas, que ni proporcionan sombra en la canícula veraniega, ni son benéficas purificadoras del ambiente. Supongo que sólo tiene beneficio la empresa de jardinería encargada de cometer este arboricidio cada cuatro meses, pero no de reponer todos los árboles secos y replantar los múltiples alcorques vacíos que hay en las calles de uno de los pocos barrios alicantinos con árboles, en una ciudad que tan necesitada está de más y frondoso arbolado.

Cuando, en la segunda poda del año, denuncié esta lamentable e incomprensible actividad en la concejalía de Atención Urbana, me dijeron que se hacía porque a los vecinos y a los comerciantes les molestan las ramas, ya que se meten en las ventanas o les tapan los carteles. Pero, siendo vecino de Benalúa y teniendo mi familia allí comercio, no conozco a nadie que sea de esa opinión. Y si los hubiera, ¿cuántos son?, ¿cómo puede primar la opinión de unos cuantos sobre el provecho de la mayoría?, ¿es esta una actitud casi de prevaricación? En todo caso, pódense solo las ramas más cercanas a las casas procurando mantener las que en el bochorno estival darían sombra y frescor.

Porque Benalúa surgió en 1883 con la intención de evitar el tortuoso y estrecho trazado del antiguo casco urbano de Alicante, diseñándose con nuevos criterios urbanísticos e higienistas que ayudaran a erradicar las numerosas epidemias que había padecido la ciudad a lo largo de su historia. Para ello se constituyó la Sociedad Anónima de los Diez Amigos, integrada por miembros de la burguesía local y bajo la presidencia de honor del Excmo. señor don José Carlos de Aguilera y Aguilera, marqués de Benalúa, que dio nombre al nuevo enclave, proyectado por el ilustre arquitecto alicantino José Guardiola Picó según las características inspiradoras, por ejemplo, del Plan Cerdá para el Ensanche de Barcelona. Aquí, se configuraba en la zona sobre el altiplano que desciende en rápida pendiente hacia la ensenada de Babel, considerando su mayor exposición a las brisas marinas, una densidad de población relativamente baja, así como creación de zonas de arbolado, como refleja en su totalidad el trazado del viario, formado por calles amplias y soleadas, orientando al este-oeste las manzanas de las casas que ofrecen sus fachadas más largas, las que pueden ofrecer mayor número de viviendas, proyectándose la construcción de 208 casas configuradas en manzanas perfectamente rectangulares, de 100 metros de lado en dirección norte-sur, por 40 metros en su sentido perpendicular, con esquinas achaflanadas de cinco metros, orladas de amplias aceras.

Cada manzana constaba de 22 casas idénticas de dos plantas, teniendo las plantas bajas un patio adosado a su parte posterior. Las calles perpendiculares al mar, de 15 metros de anchura, estaban provistas de pinos, acacias y eucaliptos, mientras que las transversales, las orientadas al este-oeste, de 10 metros de anchura, no tienen arbolado. En el centro geométrico de la retícula toda una manzana se destinó a plaza ajardinada, reservándose además suelo para iglesia, escuela y mercado, contando también con un teatro y un casino. Así, el barrio de Benalúa, en su conjunto, resultaba ser una de las zonas mejor dotadas de la ciudad, con cuyo centro estaba unida por una línea de tranvía y gozando desde 1888 de alumbrado público a gas.

En la actualidad Benalúa, por el contrario, es una de las zonas más desasistidas de servicios públicos, porque ha multiplicado su población considerablemente pero no las dotaciones que, en su momento, tan minuciosamente se estudiaron.

Y los árboles de sus calles, que deberían ser símbolo de vida, son tristes muñones que ni dan sombra, ni procuran alivio en la canícula, ni sirven para purificar la atmósfera, por una maligna decisión de la concejalía de Atención Urbana.