El reconocimiento del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2011, al trabajo de divulgación científica y apoyo a los investigadores que llevan a cabo la Royal Society de Londres, nos recuerda la pertenencia a la misma de Jorge Juan Santacilia, Darwin, Franklin, Newton como presidente de la misma, Huygens y tantos otros. Hoy día con más de un millar y medio de miembros ostenta la aureola de unos setenta Premios Nobel. Con este motivo haremos un poco de historia, a la española, del devenir científico.

La "Revolución Astronómica" de los siglos XVI y XVII, promovida por Copérnico y culminada por Newton, contó con servidores de la categoría científica de Tycho Brahe, Galileo Galilei o Descartes, y vino acompañada de un esplendoroso resurgir de las ciencias en toda Europa, aunque en la España de los Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, etc, pasara inadvertido, al menos, hasta los últimos compases del siglo XVII.

Ese fue el motivo de que mientras en Italia, Inglaterra y Francia el siglo XVII significó para las Academias de Ciencias dei Lincei, Royal Society de Londres y París tiempos de gestación con sus respectivos y felices alumbramientos anclados respectivamente en los años 1603, 1616 y 1666, por ejemplo, la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España tuviera que esperar hasta mediado el siglo XIX, al abortar, uno tras otro, todos los intentos por crearla con anterioridad.

En nuestro país, a finales del siglo XVII, y con un acusado protagonismo valenciano, irrumpió con aires renovadores, no sin la oposición previa de ciertos sectores, el movimiento Novator, que, poco a poco, fue abriéndose paso hasta asentarse con rotundidad en las grandes urbes: Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Zaragoza.

Valencia, como avanzadilla de esta corriente innovadora, contó entre sus filas con científicos como el astrónomo José Zaragoza, uno de los precursores más distinguidos de este movimiento, al que secundarían, años después, dos de los mejores matemáticos españoles de aquellos tiempos, Tomás Vicente Tosca y Juan Bautista Corbachán, colaboradores asiduos de la "Academia Matemática" que creara, en 1686, Baltasar de Iñigo. Este Centro de participación científica fue uno de los primeros precedentes de la Academia de Ciencias de España.

Pero hubo otros, porque, por ejemplo, mediado el siglo XVIII, Jorge Juan Santacilia, siendo responsable máximo de la Academia Naval de Cádiz, intentaría de nuevo la venida de la Academia de Ciencias a nuestra patria, al fundar la Asamblea Amistosa Literaria en su propia casa. Era tal la añoranza de nuestro personaje por un foro a "imagen y semejanza" de la Royal Society de Londres y de la Academia de Ciencias de París, que permitiera a los científicos españoles competir en plan de igualdad con los de otros países, que llegó a redactar las bases y reglamento de la futura Academia de Ciencias Exactas, Física y Naturales de España.

En el siglo XVIII los ilustrados, impulsados por la intencionalidad cultural borbónica, crearon la Real Academia Española de la Lengua, la de la Historia y la de las Bellas Artes de San Fernando, ésta última en tiempos de Fernando VI, los años 1714, 1735 y 1752 respectivamente.

Voltaire, que consumía su destierro en Inglaterra, 1726-1729, y estudiaba con fruición, en el entorno de la Royal Society de Londres, las matemáticas que necesitaba para entender los trabajos de Newton, que divulgó al regresar en Francia criticando a sus compatriotas por no haber abandonado aún lo de los torbellinos de Descartes, aunque éste fuera francés, y por no explicar en las universidades la teoría newtoniana, escribió obras como Elementos de la filosofía de Newton y Cartas sobre los ingleses, en la que encontramos una anécdota que no queremos pasar por alto por ser un claro exponente del poder de convicción, o de acierto, del ingenio, porque habiendo existido sólo en la mente de este gran filósofo, "todos" caímos en el error de considerarla real: nos estamos refiriendo a la conocida, gráfica y acertada historieta de Newton y la manzana.

Voltaire siempre recordó con emoción haber presenciado in situ, en 1727, el solemne cortejo fúnebre de Newton, del que fuera presidente de la Royal Society de Londres y uno de los más grandes científicos que en el mundo han sido, , presidido por el Rey Jorge y el Arzobispo de Canterbur.