La pregunta central y primera de la filosofía -y de la vida- es por qué es el ser y no más bien la nada. Es la duda que angustia a Hamlet cuando se pregunta qué hacer ante la verdad descarnada que le es revelada cuando creía estar en un mundo estable, reconocible. Y esta es la crucial cuestión que se presenta en las situaciones de desquiciamiento, de emergencia, como en las que el socialismo democrático está metido.

Porque el pesoe ha estado en un sueño que ha durado demasiado tiempo, un sueño zapateril en que el socialismo se disolvió -desapareció- en la gestión de políticas neoliberales como si el espejismo fuera a durar mil años. Un socialismo acomodaticio que ha vivido plácidamente de la marca usufructuando puestos y cargos, tanto en ámbitos de poder como de oposición. Un socialismo autocomplaciente donde se han asentado prácticas burocráticas cada vez más alejadas de la realidad. Un socialismo de elites encerradas en su torre de marfil desde la que administraba a un colectivo de afiliados menguantes y desmoralizados. O sea, un socialismo precipitándose decididamente hacia la nada.

No es por supuesto nada sencillo levantar, reconstruir o como se quiera decir, un proyecto ajustado a la realidad actual. Sobre todo después de los estragos causados por los profetas de "nuevas vías" que, en realidad, fueron los enterradores de los valores del socialismo. Pero por muy difícil que parezca el empeño es obvio que hay que empezar por el principio, por reformular un proyecto político. Basta contemplar la catástrofe económica, que está condenando a sociedades desprevenidas a ser pasto de la codicia de la oligarquía de las finanzas (demonización de los mercados financieros que se aprovecha para ajustar en cada país la tasa de ganancia), para darse cuenta de las proporciones del reto. Basta tomar nota del malestar -que ya empieza a aflorar- de una ciudadanía, cuya voz no es tenida en cuenta en absoluto, para hacerse una idea de la magnitud de la empresa. Pero, pese a todo, en los tiempos venideros será más necesaria que nunca una respuesta comprometida que fortaleza nuestras aspiraciones como país, que no abandone a su suerte a amplios sectores sociales que la crisis amenaza con arrojar para siempre a la marginalidad, y que haga frente a los planes de desmantelamiento del Estado social.

Y este es el punto decisivo que debe anteceder a cualesquiera otras maniobras de todos aquellos que se han movido en la lógica del poder que ha llevado al pesoe a la estrepitosa y lamentable derrota en las urnas. Yo no sé que habrá sucedido en este infernal fin de semana en las altas esferas del partido, y si las medidas para suturar la herida, que requieren tiempo, pasará por nominar a Rubalcaba como próximo candidato a la presidencia del Gobierno: de lo que estoy convencido es de que el proceso tiene que desembocar en una refundación del proyecto socialista y en un cambio en la dirección y en el conjunto de la organización. Hasta el momento todos los giros del partido socialista han sido para adaptarse al terreno de juego fijado de antemano. Esta vez, la refundación solo puede tener sentido si es para presentarse como un partido que no ambiciona el poder por sí mismo sino como instrumento de transformación social.

El estado de emergencia afecta a todos los responsables de todos los niveles de la organización, muy especialmente en la Comunidad Valenciana, donde se ha evidenciado que el desastre electoral no ha venido tanto por el respaldo al pepé sino por el propio fracaso. Porque la respuesta que han dado los responsables directos de la debacle del 23-M en la Comunidad Valenciana es la nada. Nada es la reacción de Jorge Alarte, que trata de ocultar su responsabilidad en el descalabro colectivo, cuando el suyo es bien concreto y específico. Nada son las magras y extrañas explicaciones de Ana Barceló, Elena Martín y de quienes les han acompañado. No hay nada personal en todo esto. Se trata sólo de decirles que tienen la obligación de asumir su responsabilidad y apartarse para facilitar el cambio.

Una refundación del proyecto socialista no puede venir de la mano de los descontentos y cesantes; no se trata de regresar a situaciones del pasado que nunca volverán, ni es el campo abonado para que los resentidos por cualquier motivo aprovechen la situación para resarcirse. Esto sería el pasaporte hacia la marginalidad de unas siglas. Se trata de unir a todos en torno a un proyecto que vuelva a situar el pesoe en el centro de la vida política española, porque la sociedad lo va a necesitar.