Contemplamos desde esta atalaya la agonía de los socialistas. Vemos un desfile continuo de caras descompuestas y de ídolos caídos. El socialismo baja a la arena y se encuentra con las calabazas del voto. Los próceres del PSOE buscan culpables del descalabro y apuntan a la crisis no adivinada, a la gestión errática, al paro enloquecido o al demacrado Zapatero, que bastante tiene ahora con llevar su traje con dignidad. Los socialistas no se dan cuenta de que la verdadera causa de su fracaso es que se han vuelto muy señoritos, y los señoritos hace tiempo que no son de izquierdas, visten muy fino y llevan un perfume rancio de Loewe que disgusta a los desocupados. Los socialistas se han cegado a fuerza de cocinar estadísticas y encuestas, de cuadrar tablas contables para ver que pillo, de los dimes y diretes, y han dejado inconclusas las lecturas de Sartre y de Bertolt Brecht que tanto les alimentaban. En estas mocedades del socialismo tampoco importan la filosofía y la poesía, otra causa del batacazo, porque los señoritos que ya hemos dicho han preferido ocuparse de vacuas maquinaciones y se han olvidado de Alberti, de José Ángel Valente y de Baudelaire. Estos chicos han pasado todo un año celebrando el centenario de Miguel Hernández con inauguraciones, discursos y presentaciones, pero seguro que muy pocos, o ninguno, se han sumergido en las páginas de "Viento del pueblo" por si acaso aparecía una palabra adecuada para llenar su vacío ideológico, un sentimiento o una rima cargada de futuro y de ilusión. La muchachada socialista de ahora no lee poesía ni filosofía porque no le encuentra sentido ni utilidad. Pero entre congreso y primarias, una pizca de lógica y de reflexión podría haberles mostrado el camino para tomar conciencia, para darse cuenta de que se fraguaba tantísima indignación. Y de que, como dijo el poeta, se hubiera podido cambiar, no inútilmente, el mundo.