Todo proceso de cambio comporta una colisión que se produce entre las fuerzas que impulsan hacia adelante, para que este se produzca, y las que frenan el avance, para que todo siga igual. Siempre ocurre así y es lógico. Como también es lógico -y natural- que triunfen los que se esfuerzan en avanzar y que el cambio acabe por producirse. ¿Quién no ha desconfiado alguna vez de las novedades, sobre todo si estas implican alguna incomodidad para ser incorporadas? -Toda la vida haciéndolo así y ahora que ya me lo sabía de corrido tengo que aprender otro sistema para hacer lo mismo. ¡Qué pérdida de tiempo!- Eso si no nos empeñamos en demostrar lo erróneo que es y la inconveniencia del baldío esfuerzo. Cuando cambiamos de ordenador, de teléfono móvil, de sistema operativo, siempre el de antes era mejor, más sencillo. Pero, como digo, lo natural es que se imponga la innovación y acabemos por aceptarla, consiguiendo, con la resistencia, sólo retrasar el proceso lógico.

Pero no deja de ser cierto que los cambios y actualizaciones van dejando en el camino su huella en forma de oficios obsoletos o tan modificados que podríamos decir que desaparecen. Oficios que fueron muy importantes en su momento y que ahora, debido a que resultan innecesarios, ya no existen.

Déjenme recordar a este respecto alguno de estos oficios del sector turístico, fundamentales en su día y que ahora ya no se llevan, o no se parecen demasiado a lo que fueron. Me voy a referir hoy al guía. Al de los años 50-60. -Bueno, me dirán, guías siguen existiendo-. Pero, no, no me refiero al mismo tipo de guía, aquel era otro, con otro cometido y diferente perfil al de nuestros días. Permítanme que les describa al guía de aquellos tiempos, cómo era, qué cometido tenía y por qué.

Empecemos por hacer notar que cada compañía o tour operador tenía el suyo destinado para cada hotel, por lo que en cada establecimiento hotelero había tantos guías como agencias trabajaban en el mismo. Pero no se crean que el/la guía se limitaba a pasarse un ratito al día por si acaso, no, el/la guía tenía una prolongada presencia, residía, es decir, comía y dormía en el mismo hotel y acompañaba a su grupo de clientes durante toda su estancia. Era el/la guía de ese grupo. Les vendía las excursiones y visitas y, en algunos casos, sobre todo en los 50, les organizaba actividades de animación y se responsabilizaba de que los clientes lo pasaran bien en cada momento. Me viene a la memoria un histórico guía al que llamábamos mister Smith -faltaría más- que en el hotel Victoria de Benidorm, allá por el año 1.959, por las noches organizaba sesiones de prestidigitación, rifas, bingos, cantaba y hacía música con un serrucho. Sí, sí, frotando el serrucho con el arco (por el canto liso, claro) mientras lo curvaba interpretaba dignamente melancólicas melodías. Un fenómeno Mr Smith.

El/la guía no era un personaje omnipotente, pero le faltaba poco. Imagínense que en su mano estaba vender lo que quería, parar las reclamaciones o quejas, recomendar establecimientos de ocio, tiendas, todo. De él dependía el éxito de muchos negocios. Comisiones, comidas y bebidas se les brindaban con mimo. Sí, eran una casta privilegiada a la que envidiábamos muchos. Y, ¿cómo no iban a ser poderosos en aquel contexto? Reparen que el conocimiento de idiomas era prácticamente nulo en los destinos turísticos (y en el caso de que alguien dominara alguno se metía a guía) lo que les aseguraba la confianza de los clientes y dejaba en sus manos la rentabilidad de muchos negocios locales. ¿Y ligar? Ni les cuento. A fuer de ser sincero les tengo que confesar que este era el origen de la manía que les teníamos muchos. Todo por escasear en el conocimiento de los idiomas. Cómo sería el panorama lingüístico que algunos de los hoteles, sin ser los de más lujo, disponían de intérprete (otro oficio superado, por cierto).

Hasta que las compañías, los tour operadores para los que trabajaban se dieron cuenta, reclamaron su parte y todo empezó a resquebrajarse. Pero, lo que los dejó fuera de juego fue el cambio del entorno socio cultural operado, el notable progreso de la realidad turística producido: los turistas experimentados ya no necesitan ponerse en manos de nadie y todo el mundo se entiende en varios idiomas. Me consta la resistencia de los guías aferrándose a su estatus para mantener sus privilegios, pero no hubo nada que hacer, el tiempo, el progreso, la adaptación del sector y de sus profesionales a las nuevas exigencias y la experiencia adquirida también por los turistas acabaron por liquidar a aquellos profesionales. Y así seguirá ocurriendo con otros oficios.

No obstante, hoy quiero dedicar a los guías un recuerdo porque se lo merecen y, sobre todo, porque lo peor que nos puede ocurrir con la maduración es que olvidemos, que borremos y perdamos la memoria individual y colectiva.