Aprovechando que estamos inmersos en la campaña del IRPF, menudo chasco se llevó hace unos días el presidente de la Comunidad andaluza, Javier Arenas, cuando Hacienda le informó por Internet, que no le podía facilitar el borrador de su declaración porque estaba muerto, según información del Registro Civil, e idéntica fue la respuesta para su esposa Macarena Olivencia, aunque, como todo el mundo sabe, ambos difuntos están vivos, y en el éxtasis, además, después del clamoroso éxito del PP. De poco consuelo les servirá, que ante la defunción administrativa, hayan planteado sendas denuncias a la Agencia Tributaria para exigir responsabilidades, aunque es admirable su empeño en probarlo al organismo recaudador, pese al resultado: seguir en el censo de contribuyentes. Que sirva de ejemplo a los demás mortales -y políticos- tan apegados al dinero.

Siempre hay gente altruista. Recuerdo que los bomberos del Ayuntamiento de Madrid rescataron un sábado del año 2004, a las 14 horas, tras ser avisados por un vecino que desconocía la causa de la humareda, un total de 25.100 euros, en fajos de billetes de 50 euros, que ardían en un contenedor de basura. Aunque intenté seguir la noticia recogida en El País, no volví a encontrar más información. Me queda la duda de si los billetes aunque malolientes serían verdaderos, porque de ser falsos, del desconocido incendiario ya no se podría argumentar tanto desprendimiento.

Hacienda no puede permitirse el lujo de despreciar el dinero, porque se dedica a recaudarlo y jamás debe ponerle pegas: primero hay que cobrar y después, si le huele mal su procedencia, investigar. Ya se lo dijo Vespasiano a su hijo Tito, ante las feroces críticas con que los romanos obsequiaron al emperador por exigir un impuesto sobre los urinarios públicos, refiriéndose al dinero: non olet (el dinero no huele). Y aunque sea falso, porque el dinero a veces apesta, para los gobiernos, el dinero es fundamental, ya que les sirve para satisfacer las necesidades públicas -distintas de las que se alivian en los urinarios-.

En la antigüedad a los recaudadores fiscales se les condenaba a muerte por dedicarse a limar el canto de las monedas de oro, quedándose con el polvo de oro o limaduras antes de entregarlas al rey o al señor feudal tras perder parte de su valor real. Así que después se les añadieron las estrías. Multitud de años más tarde, nuestra Agencia Tributaria es ejemplo mundial en su gestión, sin perjuicio de que, como en todo, puedan darse fallos puntuales. No solo debe recaudar sino que sus funcionarios nos ayudan a pagar los impuestos y suelen hacerlo con la sonrisa, pese al contrapunto que supone la complejidad fiscal, en particular la del IRPF, que ahora declaramos en período voluntario -vaya adjetivo-.

La complejidad mundial del impuesto sobre la renta viene de antiguo. Al propio Albert Einstein se le atribuye que dijese "Lo más difícil de comprender en el mundo es el impuesto sobre la renta". Es evidente la relatividad del aserto, pero también lo es que con el paso del tiempo en nada haya mejorado, al contrario. Hoy por hoy, en nuestro país, el conjunto de normas que regulan el IRPF, configuran un tocho muy difícil de digerir, aunque algunos lo emplean como adormidera para luchar contra el insomnio que les producen sus deudas fiscales.

Y cada vez se cumple menos el dicho jurídico de que "los preceptos han de ser breves". Tendríamos que lograrlo, porque si ya Baltasar Gracián dijo que "lo bueno si breve, dos veces bueno", al hilo de este soliloquio se me ocurre que, "lo malo -el IRPF- si breve, la mitad de malo". Ya Adam Smith proclamaba la necesidad de que los impuestos fuesen sencillos, pero en los tiempos actuales el objetivo deviene imposible, porque, ante la exigencia de alcanzar la justicia fiscal, las normas reguladoras han dejado de ser generalistas y se convierten en casuísticas. Al hilo del exceso de regulación y de cambios, el Registro de Economistas Asesores Fiscales (REAF), ante el comienzo de la campaña de renta, ha hecho público un documento en el que advierte que "el caos normativo" puede implicar errores para el contribuyente porque el programa padre ha debido recoger las muchas modificaciones estatales y regionales de este año: un total de 55 en el tramo autonómico y alrededor de 15 en el estatal.

Y qué decir de los nombres con que bautiza Hacienda los programas informáticos. Si en su día llamaron programa padre al de ayuda para la declaración del IRPF, lo que produjo serias dudas en los solteros y en los que no tenían descendencia, este año, la última novedad del IRPF ha sido llamar RENO al programa para que el contribuyente pueda obtener por vía informática al instante el borrador o los datos fiscales ¿Creerá Hacienda que es Papá Noel cuando nos facilita con absoluta transparencia sus datos sobre nuestros ingresos? ¿Creerá que estos datos son un regalo? En todo caso, lo de RENO en España, con la que está cayendo en el mes de mayo, parece una ironía; otra cosa habría sido emplearlo para un impuesto a pagar en enero. En fin, cosas de Hacienda.