La noticia no es que hayan o no hayan hecho un programa juntos en TV3 -o que lo vayan a hacer en La Sexta-, entre otras cosas porque no puedo opinar ni del programa ni de una televisión autonómica ejemplar que pone los pelos de punta a más de una autonomía cercana que sí pilla la señal pero la corta como si fuera la cabeza de una serpiente venenosa.

Hablo del día y la noche, del blanco y del negro, de la playa y de la montaña, hablo de Thais Villas y de Santi Villas. Hermanos de sangre. Los juntaron para un programa ocasional en la televisión catalana, pero esa no fue la noticia. Lo que me dejó descolocado es la parentela tan sanguínea. Hermanos. A Thais seguro que la ubican sin problema al lado de Wyoming, quizá acodada en el bar en su entrevista con políticos, quizá paseando en limusina con el artista de turno, siempre irónica, juguetona.

Con Santi quizá tengan más problemas, o quizá al ser uno un ladrón piense que todos son de la misma condición y ustedes sí sepan vida y milagros de este Villas. Santi forma parte del corro que rodea a la estrella de la mañana, al faro de Occidente, a la dama de las grandes exclusivas, a Ana Rosa Quintana. Los dos hermanos tienen una tendencia a ser redichos, rápidos en sus reacciones, pero una apunta al norte y el otro, afectado sin ironía, al sur. Los dos trabajan en la tele, pero en conceptos de televisión opuesta. Para públicos distintos, para audiencias imposibles de ahormar. Telecinco y La Sexta podrían ser también hermanos, pero serían una familia que jamás se juntaría para el arroz del domingo en casa de mamá. Seguro que Santi Villas, fuera del caldo inmundo en el que se cuece a diario, tiene otro registro, pero en AR es una vergüenza para su apellido.