Carme Chacón se ha quedado en casi-aspirante a candidata, lo que no le debe resultar ajeno, porque lo suyo es lo casi: el no llegar. Estudió en el programa de doctorado pero no llegó a leer la tesis. Fue teniente de alcalde en el Ayuntamiento de Esplugues, pero no llegó a alcalde. Fue miembro de las ejecutivas del PSC y el PSOE, pero sin pasar de una secretaría sectorial. En el Congreso de los Diputados fue vicepresidenta, que es un lugar para los que se acercan o para los que se alejan, pero no para los que están en la cresta de la ola. En el Gobierno ha sido ministra de Vivienda y de Defensa, un cargo de gran relieve público en la medida en que lo ocupaba una mujer embarazada, más que por sí mismo: ¿cuántos recuerdan el nombre de su predecesor?

Nunca ha sido la líder del PSC. Esta función la han llevado como han podido Narcis Serra o José Montilla, y ahora que éste se hace a un lado para purgar la derrota autonómica de noviembre, otros nombres suenan más que el suyo para el recambio. Demasiado tiempo en Madrid, demasiada apuesta por un escenario en detrimento del otro. Para heredar la maltrecha baronía catalana se postula Miquel Iceta, que ya lanza decálogos de renovación en los que intenta la cuadratura del círculo. Quizás ahora la que se define como "catalana en Madrid" vuelva a casa como si fuera Navidad, pero no todos la van a esperar con los brazos abiertos. En los chispazos bipolares que sufre la identidad nacional del PSC, ella tiene una posición demasiado marcada para tender puentes, aunque el proceso congresual puede ser una gran caja de sorpresas.

No es por tanto baronesa de su baronía, pero tampoco forma parte del selecto elenco de políticos madrileños de pata negra criados en la corte y curados en los secaderos del poder de verdad, este espacio prieto donde todos se conocen, hablan, pelean sin sangre y deciden según el tamaño de los respectivos poderes. Rubalcaba sí que es uno de ellos. Sabe por viejo y sabe por diablo, y tiene una libreta con todos los pecados. De alguna manera, con todo eso topó Zapatero, que no deja de ser un chico de provincias que ganó el congreso del PSOE en un descuido de todos los demás, y que ahora está descubriendo el frío que hace en la calle cuando a uno le cierran los salones.

Pese a todo ello Chacón se ganó la etiqueta de emergente con futuro, las encuestas de popularidad le otorgaron la bendición y quienes recelaban ante el retorno de los dinosaurios del felipismo jalearon su precandidatura. Pero la tempestad arrecia, y como decía el de Loyola, en tiempo de desolación es mejor no hacer mudanza. Lo ha recordado abruptamente otro vasco, Patxi López. Zapatero ya nombró al sucesor cuando convirtió a Rubalcaba en vicepresidente y portavoz, ¿verdad? Pues aténganse a ello los hermanos, y arrieros somos. El jueves se lo dijeron a Chacón: "ya te dejaremos jugar otro rato". Y casi se le saltan las lágrimas.