Cuando una Administración tiene que pedir un crédito para pagar a sus empleados y proveedores, consigue un efecto secundario indeseable: aumenta su deuda ya que no sólo tendrá que pagar el principal del préstamo sino, obviamente, también los intereses. Y cuando una Administración Pública llega a niveles "insostenibles" de deuda respecto a sus activos y ya ha pedido todos los créditos "razonables", tiene, como dije la semana pasada, tres opciones que pueden ser complementarias: la primera es vender las joyas de la familia o, si se prefiere, privatizar bienes y servicios. La segunda y tercera son igualmente obvias: aumentar los ingresos y/o reducir los gastos para hacer caja con la que pagar la deuda.

He puesto lo de "insostenibles" y "razonables" entre comillas porque todavía hay clases. De hecho, los argumentos recién expuestos son los que se están aplicando a Portugal, Irlanda y Grecia, los PIG a los que, de momento, no se añade la S de España. Tienen una enorme deuda pública para la que se les proporciona créditos puente con la condición de que privaticen, reduzcan gasto público y aumenten ingresos fiscales. Con ello la deuda aumentará, pero irán tirando hasta llegar a situaciones como las que sufrieron en América Latina los países sometidos a las "condicionalidades" de las entidades financieras internacionales para afrontar su situación de deuda externa, deuda eterna.

Cuando digo "hay clases" me refiero a que lo "insostenible" y lo "razonable" no se aplica por igual a todo el mundo. Por ejemplo a los Estados Unidos, con una deuda pública de 14 billones de dólares que prácticamente iguala a su Producto Interno Bruto, con una dura pelea política interna para ver si se puede aumentar dicha deuda (como propone la Presidencia) o no (como sostienen los republicanos, mayoría en el Congreso, que prefieren recortar gastos, aunque no los militares). Ese país tiene otros medios para hacer sostenible y razonable su deuda. Por ejemplo, imprimir moneda, darle a la maquinita que ahora se llama QE (flexibilización cuantitativa) y así tener con qué pagar los intereses. O, también, a través de paraísos fiscales, comprarse a sí mismos bonos del tesoro para hacerlos atractivos a países que no tienen el problema de la deuda sino que, como la China, tienen superávit comercial y fiscal.

Las clases aparecen también, dentro de los países afectados, en el campo de los gastos e ingresos. Ya pasó en América Latina, que es donde seguí los acontecimientos. Los gastos que se reducen son los gastos sociales y los impuestos que se aumentan son los indirectos que son, precisamente, los que más afectan "a los de abajo" (gasolina, alimentos importados, basuras, bienes de primera necesidad). La ironía (en el caso de los Estados Unidos, pero también planteado para Cataluña y, supongo, para las remozadas administraciones autonómicas de aquí) es que se han reducido impuestos: los de los más ricos, que tienen fuerza para hacerse oír y saben cómo amenazar y cómo proporcionar argumentos de sesudos economistas que demuestran que es lo más sensato a poner en práctica.

El riesgo de estas políticas de ajuste y terapias de choque (sigo pensando en el Fondo Monetario Internacional antes del Strauss-Kahn que había conseguido modificar ligeramente esas políticas) es que la gente se organice y se eche a la calle. Para evitarlo, los países centrales tienen algunas opciones a su disposición. La primera y más obvia es la de producir maniobras de distracción: que la gente hable de otras cosas. De Ben Laden, por ejemplo. La segunda es la de proporcionar chivos expiatorios, dar a los afectados una causa de sus males sobre la que descargar su frustración. Cuando se produjo la "crisis asiática", los indonesios lo tenían claro: la culpa era de los chinos, los católicos y los timorenses. En España se ha intentado con los inmigrantes, precisamente los más "de abajo". Y la tercera es reducir la capacidad de organización de la protesta: en los Estados Unidos hay una política pública explícita de acabar con los sindicatos (el caso de Wisconsin es paradigmático). Aquí se contentan con desprestigiarlos (cosa que, dicho sea de paso, se han ganado a pulso).

Al final, la deuda contraída por "los de arriba" (países, clases) y no siempre de forma legítima (e incluso de manera ilegal), la pagan "los de abajo" (países, clases) en esa peculiar "lucha de clases" de "los de arriba" contra "los de abajo" a los que se les explica que "todos estamos en el mismo barco" y "hay que apretarse el cinturón para que salgamos adelante".