Mucho me ha costado escribir estas líneas, tantas como borradores me han convencido de que lo mejor era dejarme llevar por mis impulsos y hacer oídos sordos a los clamores interesados de los partidos políticos. Me refiero, como es evidente, al llamado movimiento 15M, que ha inundado las calles de España de miles de personas, especialmente jóvenes, protestando contra un sistema que no les ofrece un futuro cierto, ante la desidia de una clase política que se ve ajena a todo lo que no sea su propia autocomplacencia.

Me he olvidado de las interpretaciones absurdas de PP y PSOE, cuyas intervenciones causan repulsa porque vienen a demostrar la realidad de las reivindicaciones del referido movimiento. Todos sus análisis se han hecho atendiendo a las repercusiones en el voto de la protesta, en sus expectativas electorales. Nada hay más allá de la suma de votos que les proporcione el poder y el cargo. Fuera de eso no hay nada.

Pero, la democracia no solo reside en votar cada cuatro años a unas listas ofrecidas de modo cerrado por unas formaciones que, cada vez más, solo se representan a ellas mismas. Es algo más. El movimiento 15M no constituye un ataque a la democracia, sino a la forma en la que ésta se desarrolla en España; basta ver las reivindicaciones formuladas para apreciar esta afirmación. Nuestra democracia es de muy baja calidad y era de esperar que se produjera una reacción, que no es otra cosa que la plasmación primera del desencanto y el rechazo que muchos ciudadanos padecen y que se refleja en cientos de correos electrónicos que circulan por Internet en los últimos tiempos. Por eso, he preferido entrar a considerar la verdad de sus denuncias y peticiones.

Y tienen razón cuando denuncian el despilfarro, la corrupción, la incapacidad de la clase política, profesional, en la que todos valen para todo y para toda la vida. Y en ella no están los mejores, pero se perpetúan desde la cuna a la tumba.

Tienen razón al exigir dignidad humana. Al negarse a ser meros consumidores para los mercados y simples votantes para los partidos. Al rechazar la economía especulativa, no productiva.

Tienen razón los manifestantes a la vista de los más de setecientos procesos abiertos en España por corrupción, los cuales no impiden a los partidos presentar como candidatos a muchos de sus imputados, demasiados.

Tienen razón los manifestantes al pedir un cambio en el funcionamiento de nuestro sistema democrático, que no del modelo salvo algunas cosas puntuales, que ha impuesto la absurda idea de que los únicos legitimados para desarrollarlo son los partidos políticos, negando que exista política fuera de ellos. Y así, por esa creencia que revela que no se ha superado el franquismo, se infiltran en las instituciones, que no existen como tales, atacan a las organizaciones ciudadanas calificándolas de antisistema, intentan domeñar a los sindicatos, controlan al Poder Judicial, anulan la autonomía universitaria y un largo etcétera. Tienen razón al describir el sistema español como una suerte de oligarquía de partidos, pues el poder, con mayúsculas, lo detentan sus dirigentes, ejemplo de vacuidad e incapacidad.

Tienen razón los manifestantes cuando rechazan la forma en que se despilfarra, mientras el paro juvenil llega ya casi al cincuenta por ciento, y que a la par que no hay dinero para pensiones, educación o sanidad, mantiene televisiones autonómicas a decenas, administraciones duplicadas e inservibles, fastos y gastos absurdos y faraónicos con financiación oscura.

Tienen razón los desencantados de la política española. Y no están contra la democracia. Nadie lo está, porque sin duda hay democracia fuera de estos personajes que hoy nos gobiernan. Que no vendan ese mensaje interesado y falso. Lo que quieren es una democracia real, en la cual los partidos se abran a la sociedad, se sometan a control no solo en las elecciones con listas cerradas, sino dando a los ciudadanos la posibilidad de optar entre unos y otros, rindiendo cuentas ante los electores, no ante su partido. No es democracia real el voto cuando ni siquiera éste responde a la máxima de que un hombre significa un voto, porque el mismo sistema electoral frustra esta exigencia mínima. No es democracia real perturbar el funcionamiento de las instituciones controlándolas, ya que dichas instituciones están reconocidas como tales constitucionalmente. No es democracia que los partidos funcionen antidemocráticamente, pues su autoritarismo se extiende luego a la sociedad. Y ese funcionamiento es contrario a la ley, que no se olvide por quienes se consideran intocables a la par que ignoran la legalidad.

La democracia se basa en un sistema de controles mutuos. Por eso repugna a la idea democrática la concentración de poder. Cuando los partidos controlan todo impiden la labor fiscalizadora propia del sistema, que se basa indefectiblemente, para ser creíble, en la responsabilidad. Hoy el Poder Judicial está en riesgo ante la intromisión interesada en el mismo de los partidos, la Universidad en proceso de pérdida de libertad de expresión, muchos medios de comunicación controlados hasta la náusea, los periodistas obligados a no preguntar. Todo el poder se reconduce a los aparatos de los partidos.

Están avisados. Seguir por ese camino les pasará factura con seguridad. Como decía un articulista hace algunos días, los manifestantes del 15M son los heraldos de lo que se avecina. La culpa será de ellos, pues la responsabilidad también lo es. Aunque también nuestra, por haberlo consentido.