Creí advertir, detrás del atril, un asomo de emoción en Dolores Cospedal dando gracias al electorado por su triunfo en Castilla-La Mancha. Uno creía que esta señora tenía ojos para ver y para retorcer la realidad a su antojo llevándola a su era, pero al final mostró su debilidad y también le sirvieron para traslucir su puntito. En Madrid, entre un agitar de banderas cada vez menos enérgicas -pasaban las doce de la noche y los seguidores del PP llevaban horas agitándolas-, la cúpula nacional esperaba la llegada de la lideresa triunfadora, que viajaba de Toledo a la capital de España. Sin ella en el balcón, la foto sería otra. O sea, había que esperarla sí o sí. Pero el ritmo de las emociones no se puede prolongar en exceso, y si la tele empuja, menos. Al balcón. Sin Dolores. De golpe se llenó el escenario. Con Rajoy, Aguirre y Gallardón en los papeles protagonistas.

Gracias a los que nos habéis "ayudao, animao, y apoyao", dijo un sin gracia Rajoy, que no sabía qué hacer con el griterío jaranero del personal, que no lo dejaba hablar. Abajo, atronando la calle de madrugada," Za-pa-te-ro, dimisión, Za-pa-te-ro, dimisión, Bildu, fuera, Bildu, fuera". Y María Dolores de la Mancha no llegó. Ya daba igual. España es azul. Muy azul. Sin matices. La tele pública se portó como una jabata en un programa en directo de más de cuatro horas con conexiones, informaciones, opiniones, gráficos, un programa que presentaron Ana Pastor, Ana Blanco y Pepa Bueno, maestras del directo. Cerca de la una, cuando se acabó lo que se daba, me di un garbeo por Cuatro, y allí, negro, me topé con Íker Jiménez hablando de bolas de fuego, de destrucciones bíblicas, del fin del mundo. Que nadie se asuste. Ya sabemos cómo se las gasta Íker.

.