Los pronósticos se han cumplido, las encuestas han trasladado miméticamente los resultados a las urnas. Los ciudadanos han hablado a través del voto, máxima expresión democrática. El Partido Popular ha vuelto a barrer de las instituciones a los socialistas, que ven una vez más, y van cinco, cómo los habitantes de la Comunidad Valenciana no confían ni en ellos, ni en la organización a la que representan. La victoria de los populares ha sido de tal calibre que la misma noche tras la debacle debieran haber dimitido todos los cargos orgánicos empezando por el secretario general, y en el caso que nos ocupa de igual forma la secretaria de Organización y candidata a la Alcaldía alicantina Elena Martín. Parecía que era imposible ir a peor, pero la ley de Murphy se cumple inexorablemente.

Que Alarte no era el mejor de los candidatos lo sabía todo el mundo en Castellón, Valencia y Alicante excepto la cúpula dirigente socialista, que refugiada en Blanqueries es incapaz de tomar el pulso a la calle, al ciudadano de a pie. Que Martín, aun ganando las primarias a Valenzuela, tampoco estaba en la onda adecuada para plantar cara a una Sonia Castedo popular por conocida y experimentada en batalla electoral, era de dominio público, menos en Pintor Gisbert. Ellos, sus candidaturas, la manera de cocinar éstas, el impacto de la mala gestión de la crisis del gobierno de Zapatero, los cinco millones de parados consecuencia de lo anterior, la aparente pero inexistente renovación llevada a cabo por los de siempre para seguir llevando la batuta entre bambalinas, más la desidia del Gobierno central para con la Comunidad en estos siete años por mucho que se empeñen en negar la mayor y el agua, siempre el agua, han determinado principalmente el catastrófico resultado de los socialistas en todas las instituciones de la Comunidad Valenciana.

Todo comenzó cuando a Ferraz no le importó un ápice dejar de lado a la Comunidad Valenciana durante el tripartito de Maragall en Cataluña y el abstruso liderazgo de Pla en Blanqueries, cuando se negó el trasvase del Ebro sin aportar proyecto alternativo que lo supliera, con irritantes declaraciones de la ministra Narbona incluidas. La suerte estaba echada en la Comunidad, y en Murcia, a partir de tal desaire al ciudadano. Tras el fiasco de Pla, los de siempre en Valencia y los mismos en Alicante, vuelven a manejar los hilos y colocan sus peones desde el poder de las asambleas locales que controlan de generación en generación.

Según cuentan viejos socialistas de la agrupación de Alicante, Ángel Franco vuelve a tener la mayoría en la asamblea local, si es que alguna vez la perdió, con lo que el eterno muñidor volverá a hacer de las suyas para controlar el socialismo en la ciudad de Alicante. Personajes como Franco, y otros que siguen pululando en derredor del pesebre de cargos y nombramientos, que llevan viviendo de la política tres décadas, son máximos corresponsables de la debacle socialista con su egoísta actitud y sus eternas componendas.

La militancia tiene la palabra -tanto los jóvenes como los viejos militantes que nunca tuvieron responsabilidades orgánicas-, o toman las asambleas, a imagen y semejanza de los indignados que ocuparon las plazas de las ciudades españolas durante los últimos días de la campaña electoral, o volverán a perder una nueva oportunidad de renovar modos, maneras, ideas y personas que les puedan conducir a una victoria electoral antes de que acabe el siglo XXI. El que quiere peces ha de mojarse, aunque sea en seco.