Alas primeras citas electorales fijadas en la segunda mitad de los 70, mucha gente acudía a votar con reservas y miedo. La huella de una época oprobiosa no desaparecería de ellos. Para los que alcanzamos las urnas estrenando mayoría de edad, la emoción era otra y no pocos acudimos convencidos de que ese sentimiento se revalidaría a lo largo de nuestras vidas. Pero tampoco podíamos prever que, treinta y tantos años después, podía entrarle a uno tantas ganas de llorar. Y, sin embargo, es difícil contenerse.

Todo lo que digamos al respecto es poco. Aún me parece estar viendo a un presidente del Congreso sonriente y dicharachero dando en Elche su apoyo al Soler persona y al caminante Alarte advirtiéndonos a todos que resultaría "escandaloso" que el pepé ganara en esta tierra. Se le olvidó decir que, sobre todo, para el pesoe. Pero no lo hizo porque, una de las cualidades que lo adornan, es no desperdiciar balas contra nada que pueda necesitar. De hecho, dentro de los que forman parte destacada del bipartidismo encausado, ha sido el que ha derramado mayores elogios entre los que no cesan de mostrar su indignación en la calle. Aunque no único, sí estamos ante un modelo capaz de convertirse en "indignador indignado" y lo que le echen.

A pesar de no haber hecho el pesepevé su trabajo, Camps le ha restado a la marca ganadora. Desde ayer ha quedado más claro aún que, si quien maneja el timón de la Comunidad representa un problema para su organización, para el resto de mortales no tiene por qué ser menos. Con el partido de Alarte y de Luna resulta complicado saber qué hacer. Quizá éste último me entienda si le digo que, por muy tremendo que suene, es posible que lo que lo que necesiten para reanimar a su afición sea un Mou por no decir dos. Las formaciones pequeñas, sin embargo, han salido reforzadas al aliento de los miles de disconformes, hasta los mismísimos de tragarse un papelón tras otro. Obviamente estamos en crisis, y no solo económica. A ver si de ésta se enteran.