Un voto, sumado al de otros muchos, da como resultado, en un régimen democrático, el gobierno que, durante un plazo de tiempo, normalmente cuatro años, con su mayoría, expresa una opción sobre la vida futura de los ciudadanos. El Gobierno elegido, posibilita el reconocimiento de unos derechos u otros, con la propuesta de aprobación por el legislativo de unas leyes u otras, más progresistas o reaccionarias. Así en la España reciente tenemos la experiencia del divorcio, la atención a las personas dependientes o el reconocimiento de los derechos de los homosexuales.

Hace unas fechas, apareció el gran éxito editorial "¡Indignáos!", de Stéphane Hessel. Manifiesto, que, desde otra perspectiva, nos da nuevos argumentos para la resistencia. En esta ocasión, la resistencia no es frente al Estado centralista, sino frente a cualquier fascismo de Estado. Indignados pero expresando, al mismo tiempo, un conjunto de principios y valores para que ésta sea una sociedad de la que podamos estar orgullosos.

De una enseñanza desarrollada, de igualdad de oportunidades, de respeto al diferente, de ayuda al necesitado, no de competición a ultranza de todos contra todos, dice Hessel. La peor de las actitudes es la indiferencia -añade- porque ya es hora de que la preocupación por la ética, por la justicia, forme parte del bagaje de las sociedades desarrolladas. Con insurrección pacífica contra quienes no proponen otro horizonte que el del consumo, el desprecio hacia los más débiles y hacia la cultura. Por todo lo cual hay que expresarse buscando alternativas que sean asumidas por las mayorías.

Se celebran ahora las elecciones autonómicas y municipales. Cada cual tiene ante sí una opción, que no debe desperdiciar, en la forma razonada que estime más conveniente. Pero sin dejar pasar la oportunidad. Las elecciones generales vendrán en su momento y cada cual juzgará como considere más oportuno sobre el reconocimiento llevado a cabo, en la presente legislatura, de los derechos individuales y sociales, y, en su caso, sobre las nuevas oportunidades aportadas, o, por el contrario, por el recorte de las prestaciones, pensiones y salarios. Pero la proximidad de las administrativas pone de manifiesto su trascendencia de cara a los problemas cotidianos, de la educación o la sanidad, del modelo de ciudad en el que queremos convivir, en ésta y futuras generaciones. Todo ello justifica la opción de un voto.

También desde la indignación. Más que nunca hoy, en el Estado de las autonomías, cuando la descentralización debe permitir aprovechar las oportunidades que brinda el nuevo modelo de Estado. Aunque sólo sea un voto, puesto que cada uno de ellos cuenta.

El voto es también la opción de los indignados. La opción por el futuro que creemos y que queremos construir. Indignados somos todos, en mayor o menor medida. Por unos motivos u otros. No cabe optar por quedarse en casa y pensar que la solución nos vendrá dada desde la negación. La oportunidad es articular las opciones de las mayorías.