Tengo la impresión de que nadie me hace caso. Es un defecto personal, porque nunca he sabido imponer mi criterio: en parte porque carezco de él y en su totalidad, porque ningún interés tengo en hacerlo. Siempre he creído que imponer es un mal sistema para llegar a los demás y lleno de dudas, sin claros argumentos, en ocasiones mi modo de hablar confunde a quienes no son capaces de discernir si estoy en serio o en broma. El resultado es simple: dejan de prestarme atención.

No pretendo convencer pero, siempre instalados arriba, vemos todo lo que hay por debajo de nosotros más pequeño y estamos equivocados. Una minoría, que va incrementando adeptos, hace mucho que se ha preocupado en que así sea para su beneficio, haciéndonos creer que es para nuestro bien.

¿Cómo se atreve, alguien que vende material bélico, a hablar en contra de la guerra? Desde arriba todo se ve abajo mucho más pequeño y el desmán está permitido. La historia habla y la hemos vivido unos, compartiendo con pocos y quitándoselo todo a la mayoría.

Esta semana he vivido dos grandes momentos: uno desayunando en casa de un amigo, que cocina cada mes para otros (Los desayunos de Martín), y otro viendo en la televisión la estocada certera, que Manzanares le infirió a un toro del Cuvillo (si usted está en contra de las corridas de toros no abandone todavía esta lectura, por favor: seguramente estamos más cerca de lo que al decir esto pueda parecer).

Martín, un maño un año más joven que yo -eso quiere decir que ya viejo-, sufre un síndrome postconmocional después de haber tenido un accidente que lo tuvo tres meses en coma. Ha ido superando la minusvalía residual con trabajo y dice con gracia, que ese síndrome llega cuando quiere y sin necesidad de haber sufrido traumatismo alguno; añade que su médico (él lo es), le ha dicho que el Alzheimer va avanzando, pero él no observa que así sea.

Zanjemos antes de seguir lo de los toros. Me gustan las corridas de toros y estoy en contra del maltrato de los animales, a los que reconozco voluntad y derechos. Es una de las muchas contradicciones, que hacen de mí un hombre sin criterio, y no voy a dar más explicaciones ahora porque, los 4000 caracteres que tengo para escribir aquí son muchos pero, como ocurre en la vida misma, se hacen cortos para poder expresarse.

La línea del ecuador no atraviesa por la mitad el mapamundi que aprendimos en la escuela. Hace más de medio siglo, el investigador alemán Arno Peters advirtió esto que todos habían mirado pero nadie había visto: el rey de la geografía estaba desnudo. El mapamundi que nos enseñaron otorga dos tercios al norte y un tercio al sur. Europa es, en el mapa, más extensa que América latina, aunque en realidad América latina duplica la superficie de Europa. La India parece más pequeña que Escandinavia, aunque es tres veces mayor. Estados Unidos y Canadá ocupan, en el mapa, más espacio que África, y en la realidad apenas llegan a las dos terceras partes del territorio africano.

El mapa miente. La geografía tradicional roba el espacio, como la economía imperial roba la riqueza, la historia oficial roba la memoria y la cultura formal roba la palabra (En, Patas arriba. Eduardo Galeano: 1998).

En el siglo XII el geógrafo oficial del reino de Sicilia, Al-Idrisi, trazó un mapa del mundo entonces conocido, con el sur arriba y el norte abajo. Pronto hubo quien se encargó de enderezar el entuerto y quedó así el mapa para la realidad actual: alguien tendría que darle la vuelta, para que pueda pararse sobre sus pies, pero nadie parece dispuesto a ello.

Apruebo que alguien quiera invertir su decepcionante mapa cargado de incongruencias. La enorme distancia que hay entre los ciudadanos y sus representantes está exquisitamente estudiada, la corrupción forma parte del sistema y el paro es una consecuencia.

Vivimos un tiempo en el que si no debes no eres nadie. Hay quien lo sabe, no lo acepta y sale a la calle, pero temo que caigan en el mismo error si tienen alguna vez o que ya estén manipulados también.