Cuatro años después de que la Iglesia decidiera la supresión del Limbo, el astrofísico Stpehen Hawking ha continuado esa tarea de demolición de las instituciones ultraterrenas al asegurar que el Cielo es un cuento de hadas. Si a ello se añade que el Infierno existe unas veces y otras no, según el criterio de cada Papa, no queda sino concluir que las pobres almas en pena se van quedando poco a poco sin refugios en los que pasar la noche. Por ahí andan, al raso y en Santa Compaña.

Hawking ya había certificado el pasado año la inexistencia de Dios, tras buscarlo infructuosamente en los agujeros negros del Universo. Consideraba entonces el sabio británico que el Cosmos se creó a sí mismo sin el concurso de divinidad alguna, tesis que iba a servir de base a su último ensayo, publicado en nada casual coincidencia con la visita del Papa a los herejes de Gran Bretaña. Gracias a Dios, el bueno de Benedicto XVI no se dio por aludido.

Ahora, Hawking ha elegido la más informal vía de la prensa para desarrollar su pensamiento sobre estas delicadas cuestiones metafísicas. En una entrevista concedida al diario británico "The Guardian", el autor de la colosal "Breve historia del tiempo" la toma con las almas -que ningún mal han hecho a nadie- y reduce el Paraíso a un mero cuento de hadas únicamente útil para dar consuelo a "la gente que le tiene miedo a la oscuridad".

Donde los teólogos disciernen ánimas, Hawking -una formidable inteligencia presa en un cuerpo inerte- prefiere hablar de cerebros y computadoras. Lo hace, además, con una razonable analogía que equipara la mente humana a un ordenador que dejará de funcionar cuando se le apaguen las neuronas. Si no hay paraíso o vida posterior alguna para los ordenadores a los que se les mueren los circuitos, tampoco ha de existir para los cerebros, de acuerdo con su irreprochable lógica analógica.

La idea no es exactamente nueva, si se tiene en cuenta que el ordenador fue bautizado en sus tiempos aurorales con el significativo nombre de "cerebro electrónico".

Más novedosa -y sólo en apariencia paradójica- es la convicción de que los extraterrestres existen a la que ha llegado el escéptico Hawking. Dotado de un fino sentido del humor, el genio de la astrofísica da por hecho que los alienígenas pueblan las galaxias e incluso llegó a aconsejar que no se les preste atención en el caso de que alguien topara inopinadamente con ellos. En su opinión, los seres del espacio podrían llegar a la Tierra con propósitos no muy distintos a los que llevaron a Colón a América: y visto lo que les pasó a muchos indígenas del Nuevo Mundo, conviene tomar precauciones. Con los marcianos, confianzas, las justas.

No quiere ello decir, naturalmente, que la película "ET", pongamos por caso, tenga más credibilidad que la Biblia o cualquier otro de los libros que pregonan la existencia de Dios. Las que Hawking formula son, en realidad, hipótesis basadas en la razón y no necesariamente contradictorias entre sí: aunque a veces lo parezcan.

Corren, en cualquier caso, malos tiempos para la religión y el pensamiento mágico en general, si bien sería del todo exagerado cargar la culpa sobre el contumaz ateo Hawking. La propia Iglesia ha reducido considerablemente el número de milagros que solía homologar en los santuarios de Lourdes y Fátima, donde el número de curaciones milagrosas bajó a la magra cifra de sólo una cada diez años. Y tampoco ha de ayudar mucho la actitud revisionista de los últimos papas, que un día cierran el Limbo, al otro dicen que el Purgatorio no es un lugar físico y al tercero le quitan al Infierno su histórica condición de establecimiento penitenciario ideado para que los réprobos cumplan condena.

Por si todo eso no bastase, ahora ha venido Hawking a cambiar almas por ordenadores, además de reducir el Paraíso a un cuento de Hansel y Gretel. No va a quedar sitio para las ánimas con tanto descreído.