Despedir a los amigos que se van, acaba convirtiéndose con la edad en una dolorosa rutina. En la mayoría de los casos, la pena y el sentimiento de ausencia quedan circunscritos al ámbito privado. Pero en otros, la proyección social de la persona desaparecida parece demandar un balance público de lo que significó su vida para sus conciudadanos, como merecido reconocimiento a su dedicación al bien común y también como ejemplo de responsabilidad ciudadana a emular.

El 18 de mayo ha muerto Fernando Martínez Ramos. Muchas personas en Alicante y Elche le conocían a través de su larga y exitosa trayectoria profesional, pero sobre todo por su inquietud cultural y social, que le hicieron implicarse en proyectos tan diversos como la fundación de Diario 16 en los albores de la Transición, la Sociedad de Conciertos de Alicante o la promoción de la naciente Universidad Miguel Hernández a través del Club Rotario de Elche. Allí me invitó, en esos tiempos, para pedirme una visión personal de cómo podían sus socios contribuir al proyecto universitario ilicitano. Como científico, me esforcé en convencerles de que el progreso de la ciudad, de la provincia y de España pasaba por el desarrollo de una investigación científica de excelencia en nuestra universidad.

Unas semanas después, me visitó en el Instituto de Neurociencias. Fernando creía profundamente en la responsabilidad individual dentro de la sociedad civil y como hombre de acción, buscaba el modo de pasar de las palabras a los hechos. La rememoración afectuosa de nuestras múltiples coincidencias en amigos, derivó a confidencias mas íntimas sobre el dolor por los seres queridos irremediablemente desaparecidos. Fernando, con la memoria siempre presente de Remedios, su mujer, amiga, compañera y esencial puntal familiar recientemente fallecida, deseaba prolongar de algún modo su recuerdo, mas allá de su círculo íntimo y del entorno de los discípulos que la tuvieron como profesora. De esa conversación surgió la creación de la Cátedra de Neurobiología del Desarrollo "Remedios Caro Almela" y posteriormente también la del Premio bienal europeo, ya en su 5ª edición, que Fernando Martínez Ramos dedicó a Remedios y financió con su patrimonio personal. Aunque siempre participó con entusiasmo en las actividades y avatares del Premio y la Cátedra, nunca consintió que en ellas figurara otro nombre que no fuera el de su mujer. Fernando contó para ello con la complicidad y el apoyo incondicional de sus estupendos seis hijos, de los que se sentía en todo momento justificadamente orgulloso y para los que permanecerá siempre como un irrepetible ejemplo, personal y familiar, a imitar.

Son bien raros los casos en España de gentes que, de manera altruista, dedican el fruto de su esfuerzo personal a algo, tan intangible a corto plazo, como es el avance de la investigación; en última instancia, al progreso intelectual y científico de su entorno social. Ello exige ilustración, inteligencia y generosidad personal, cualidades de las que Fernando Martínez Ramos andaba bien sobrado. Por eso, sus conciudadanos le debemos reconocimiento y gratitud, como un infrecuente ejemplo de conciencia social, digno de honrar públicamente. Cuenta también, sin duda, con el agradecimiento de los investigadores del Instituto de Neurociencias, que le concedió su máxima distinción, la medalla de oro, y que nunca olvidara al hombre que apreció, de modo tan convencido, el valor de su trabajo y esfuerzo. Los mas cercanos, echaremos además en falta su charla culta y sensata, teñida con frecuencia de humor e ironía y la lealtad y firmeza de sus afectos. Adiós, querido y buen amigo.