Se emite en MTV la buena nueva mundial del primer programa de telerrealidad de celebridades españolas, como si la cochinera de Hotel Glam no hubiera existido y no hubiéramos visto recién levantada a Aramís Fuster, glamurosa a rabiar. Se llama Alaska y Mario. O sea, Olvido Gara y Mario Vaquerizo. Veo una promoción donde él, convencido de que España entera caerá rendida cuando desentrañe el contenido, dice que la gente verá "nuestra vida cotidiana, que a día de hoy no había sidoÉ registrada", concluye Alaska sacando del magma aturullado a su colega, torpe y cortito, me parece. Me hace la misma ilusión saber que los ganadores de Eurovisión fueron los azeríes Eldar Gasimov y Nigar Camal, o sea, Ell & Nikki, olvidados antes de nacer, que ver a Alaska y Mario "en casa, haciendo la compra, echando de menos a Patricia, nuestra asistenta, estar con su mami, con mi hermana, con los amigos anónimosÉ" Basta. No lo calla de un tortazo Alaska. Lo callo yo. Echar de menos a la asistenta, estar con los amigos anónimosÉ Pero de qué va este tío. ¿Quién es este tío? Pero el tío sigue. Es que esto es un docurreality, que no nos tenemos que olvidar, asegura a trompicones. Es decir, hay realidad y hay un programa de televisión. Creo que han estado dos meses con un equipo detrás. Demasiado. Mario es una mina. Está encantado con El reencuentro, y con que haya ganado Yola Berrocal, y Miguel, el peluquero, "porque eso demuestra, en contra de la gente que dice que eso es telebasura, que no, que ha ganado la educación y las buenas formas".

Este tío es un flipe

Bueno, bueno, lo oigo y no doy crédito. Este tío es más simple de lo que ya me parecía y más corto que los cuatro estilos de la pintura pompeyana explicados por la misma Yola. El lanzado marido de Alaska, que dejó de ser anónimo para estar en la órbita de la mamarrachada social, desvela matices y fulgores hasta ahora insospechados, y como su curiosidad intelectual es vastísima, sabe de todo. Y sabe que la tele de hoy es clónica, y que las cadenas de la TDT en vez de apostar por programas diferentes para públicos diferentes -yo también lo creo- apuesta por las mismas cosas como si la audiencia fuese homogénea en vez de diversa, y de hecho, y aquí viene mi rendición absoluta a Mario Vaquerizo, "gracias a que existe Ana Rosa y Sálvame podemos ir a presentar nuestro disco". Vamos, para comerse a pedacitos pequeños el alma cándida de esta criatura que llama La Olvi a su señora, y para quien todo es diminuto y cursi, las llavecitas de casa, la mami de Alaska, el paraguas pequeñito de Burberry, ¿te importa que me lo lleve?, no, contesta Alaska, yo me llevo el de Kitty. Vale, me voy, hasta lueguito, cariñín, se va de casa el hombre. Hasta luego, Marito, le contesta la señora cepillándose los dientes. No, no fingen, estoy seguro. Son así. De hecho, cuando Marito se va a la comprita le dice a la de la tiendecita que le ponga pastelitos variaditos de yemita y manzanita. Por los clavos de Mario, este tío engancha. Me importa una castaña lo que diga, pero flipo.

Racistas intelectuales

Me rindo, me rindo. Esta pareja es la bomba. Dan juego. Son tan disparatados en el día a día fabricado a medida para la tele, para dar espectáculo como teorizaba el frescales de la familia, que sólo él, con una mueca de comprensivo fastidio de la esposa cultivada, es capaz de declarar sin que se le resienta el tinte de su luenga cabellera negra que no hay que creerse lo que digan del cambio climático, porque él, que está al tanto de la opinión más avanzada y prestigiosa, ha escuchado en lo de Ana Rosa Quintana que terremotos hubo siempre, "lo que pasa es que moría menos gente porque había menos población". Y lo dejo aquí, que tanta densidad mental y tanto glamur me chorrean por la pata abajo y estoy empapando el leotardo. Un dato más, a la audiencia, las majaderías de este matrimonio de vacuos horteras varados en un tiempo caduco que hacen el primo en la tele, no les seduce. Pasa de delirios. Como los lectores tal vez pasen de mí si les digo que soy un racista intelectual. Y por varios motivos. Uno, por hacer risas con la endeble formación de la Nancy Anoréxica, el señor Vaquerizo, autor junto a otras Nancys de la divina copla Sálvame, fehaciente demostración de que soy un cantamañanas y ella una Anoréxica que se codea con las Musas. Y dos, porque Paolo Vasile lo ha dicho. Punto. Los que hablan de telebasura son racistas intelectuales, dice el racista intelectual de Telekiki, que rechaza -racismo puro- todo lo que tenga un mínimo de calidad.

Democracia real, ya

Lo que quiere decir es que él, en su magnánimo desinterés, piensa en cabestros como el marido de Alaska y hace engrudos a la altura de su burricie. Enfrente, quienes pedimos una televisión digna, que no humille ni avergüence, es decir, los racistas intelectuales que sólo pensamos en un puñado de exquisitos comensales que hacemos ascos cuando cualquier garrulo de Mujeres y hombres escucha con arrobo a Lucía Lapiedra, cuando Pedro Piqueras, trajeado y no con faldones de payaso, entontece a una audiencia que se informa con lo que merece, un listado de trucos que a los racistas intelectuales que hablamos de telebasura nos es difícil engullir sin miedo a vomitar y manchar el sayo de seda con que cubrimos nuestros delicados gustos. Es decir, en la pretendida dicotomía de la columna de hoy, uno sería la culta de la casa, la exquisita, la Alaska que consiente y mira por encima del hombro al otro, a la audiencia simple, no cultivada, a la que cree que lo que diga Ana Rosa va a misa, vamos, a Mario Vaquerizo, la Nancy Anoréxica.

En fin, que quería hablarles del movimiento de indignación ciudadana, pero la Junta Electoral Central es muy quisquillosa y dice que hoy cualquier manifestación afecta a las votaciones. Pues claro, igual que la campaña electoral. Para que influya en las urnas. Pues nada, vota, vete a casa, consume, sigue a Ana Rosa, y hasta dentro de cuatro años.