Ahhhhh!, qué soplo de aire fresco, qué ventanal de par en par batiendo conciencias, qué aroma a falansterio, qué pescozón regenerador, qué esperanza de portillo libertario, qué pedorreta en la jeta electoral, qué reacción para despertar de la anestesia, qué modo pacífico de orear las prendas. Prendas de la política apolilladas, apiojadas, zurzidas, tiesas, que huelen a rancio pese a corbatas de seda, trajes y modelos y sin perjuicio de sexo o edad.

Prendas repletas de arrugas. Pliegues viciados en el uniforme sucio y rígido de la política profesional: de tanto abusar de los puestos, sueldos y privilegios a costa del erario público; de tanto repetir lugares comunes, mentiras y verdades a medias; de tanto tomarnos el pelo; de tanto tomarnos por lelos, la política profesional se ha convertido en un disco rayado. La política profesional, con buen número de actores mediocres y deshonestos, se aja y se torna de una hoquedad zafia, irritante.

Y la utopía, con el dulce encanto de una escarcha de primavera, ocupa su lugar.

¡Ojo! que nadie se confunda. La política es una de las tareas más nobles del ser humano: necesaria, absolutamente imprescindible para organizar la convivencia humana. Si se subordina, empero, a los poderes financieros y económicos, traiciona su razón de ser y su vocación, se adultera, se prostituye. Deja de ser política y se traviste en criada. Mejor dicho, se convierte en la mano que mece la cuna, en ese brazo mamporrero que facilita (manía de llamarlos "mercados" cuando siempre se les ha dicho "vergas") que nos revienten sin misericordia las ilusiones, nuestro futuro, nuestras esperanzas, nuestro derecho al trabajo, nuestro deseo legítimo de construir una sociedad más justa donde todos tengamos cabida y de la cual nadie sea expulsado.

El movimiento de los indignados no durará. Y no continuará, de momento, gracias a la familia. La cultura familiar que tenemos en España, esa cultura mediterránea tan denostada por el mundo anglosajón, convierte a la familia en un amortiguador: un colchón para los miembros que lo necesitan. Menos mal.

Mi pronóstico, con todo, es que el movimiento de los indignados, que por ahora se traduce en un corte de mangas, está incubando un virus. Un virus muy peligroso. Un virus que, a poco que se conozca la historia de España, sería para echarse a temblar. Un virus tremendamente virulento y de consecuencias imprevisibles que se activará y contagiará a todo el cuerpo social, en el caso de que cualquier formación política se atreviera a tocar los derechos personales y sociales que conforman el Estado del Bienestar. Al tanto.