Por algún lado de la calle tenía que estallar la crisis, que se ceba en unos jóvenes sin esperanza identificados ya como la generación perdida. Los defraudados del sistema son muchos y sus manifestaciones ocupan las extremidades del arco ideológico. En Europa, se disparan los movimientos ultraderechistas, refractarios al territorio político y económico común, que levantan fronteras a la inmigración y cercan desde el populismo las estructuras financieras, como autodefensa ante sus propias frustraciones. Lo hacen amparados en el sistema, pero como un subproducto desafecto. En España, jóvenes y desocupados se congregan en las plazas públicas agitados por las redes sociales, bajo el grito de "Democracia real, ya" para poner en cuestión el edificio político. ¿Cuál es su alternativa democrática? Se entiende su decepción y hastío, pero su embestida contra la política posee otra dimensión. El movimiento no desea "otras" políticas, pues tal cosa supondría participar en la maquinaria democrática. Actúa directamente contra la política, incluso contra la que se elabora para emancipar al ciudadano y poner coto a las redes especulativas. Y sin política, la sociedad queda en manos de dos enormes garras: la de las dictaduras y la de los poderes fácticos económicos. Los totalitarismos de los años treinta y el fascismo de cubiertas anarquizantes desacreditaban la política instaurada por la democracia. Hoy, la democracia de la globalización no sólo ha de proteger su autonomía contra el imperio de los mercados; también se ha de defender de la deriva de unos ciudadanos indiferentes que no creen en sus formas, abatidos por el pesimismo del reflejo económico y la caída de sus referentes. La recesión y sus consecuencias cotidianas los empuja al exterior del sistema y la democracia no contesta a sus preguntas. Al contrario, fabrica enemigos temporales. Su desprotección es enorme.

Carlos Fabra habló ayer de que su hijo, parado, de 32 años, simpatizaba con el movimiento improvisado a través de internet. Esperanza Aguirre respaldó la iniciativa, bajo la misma música. Tomás Gómez anunció que se identificaba con las reivindicaciones juveniles. IU justificó el apoyo a las protestas. ¿Quién queda? Queda la estrategia: el PP intenta dirigir el movimiento conocido como M-15 contra el gobierno de Zapatero, extendiendo el clima uniformador generado ya en la campaña electoral, cuyo epicentro castiga a ZP por la crisis. No sé que pinta el socialista Gómez amparando el episodio: el madrileño se apunta a un bombardeo aunque las bombas caigan en sus propias posiciones. IU siempre está en la frontera, pues ha de deglutir a esos colectivos y desviarlos hacia su ámbito de acción.

En España, ese movimiento antisistema es el primer producto de la crisis que ocupa la calle, alimentado por la frustración y la falta de perspectiva. Descontemos las huelgas, que están institucionalizadas. Ha estallado a las puertas de las elecciones. Puede que muera enseguida. Pero algo similar comenzó a gestarse en un mayo del 68 y los analistas aún están preguntándose por qué.