Los políticos y representantes públicos en general empiezan a estar preocupados, o deberían estarlo. Las últimas movidas mostrando el desencanto de parte de la población y el desinterés de otra parte por la llamada "clase política" muestra que al menos una parte de la población empieza a estar harta. Estos pueden ser síntomas del final de un período en la participación política de los ciudadanos que voy a llamar la política de las adscripciones: las derechas y las izquierdas.

Puede que se trate del principio de un tiempo nuevo en el que pasarían a ser minoría las personas que se plantean las elecciones del siguiente modo: "por muy mal que lo estén haciendo los míos, ¿cómo puede votar a tal partido un hombre/mujer de derechas/izquierdas como yo?".

Si esta hipótesis mía fuera cierta las cosas estarían empezando a cambiar para bien. Sigamos creyendo que se ha puesto en marcha el proceso del fin de las adscripciones. Los partidos políticos ya no consiguen movilizar a su electorado, a esos millones de personas que les van a votar en cualquier caso. La ciudadanía utilizaría las elecciones para sancionar a los políticos, para juzgar la gestión de gobierno o de oposición que los partidos han hecho hasta ese momento y para premiar o castigar su desempeño, con su voto o con su no-voto. ¿Qué pasaría en esos partidos que se han acostumbrado a dirigirse a los electores mediante mensajes y propaganda no de lo que han hecho, sino de lo que son o de lo que representan, si tuvieran que ganar cada voto dando cuenta de la eficacia de su gestión?

Gestión responsable. ¿Podríamos llegar a ver cosas tan extrañas hoy como los parlamentos controlando realmente la labor de gobierno? ¿Sería factible que se hiciera política tratando sobre las responsabilidades de la gestión y no utilizando a los tribunales para desacreditar al enemigo político? ¿Se podría recuperar la división de poderes del Estado con una Fiscalía, un Tribunal Supremo y un Tribunal Constitucional independientes del poder ejecutivo, formado por los mejores seleccionados por criterios profesionales?

¿Y qué decir de la corrupción? Lo gracioso es que en este supuesto mío podría darse la paradoja de que la corrupción no tendría cabida, porque antes de ser tal se habría dado una situación de ineficacia que sería causa de sanción inmediata.

Convendremos mayoritariamente en que la situación actual es insostenible. El Estado se ha debilitado seriamente gracias a toda una escala de perversiones de la democracia que los partidos políticos han estado perpetrando durante los últimos años allí donde han gobernado, muchas veces con la complicidad de unas oposiciones y unos agentes sociales acomodados en sus privilegios. Si la ciudadanía hubiera empezado de verdad a renunciar a las adscripciones, si cada voto o falta de voto fuera ese premio o castigo por la labor política realizada que empieza por administrar bien los recursos públicos, este país nuestro tendría futuro. No nos engañemos, las soluciones llegan, puede que tarde pero llegan. Nos convendría más para conservar la armonía social que la hipótesis del fin de las adscripciones fuera cierto, porque de ese modo nos ahorraríamos las soluciones "a la islandesa" o un nuevo Mayo del 68, que desgraciadamente aquí nos perdimos y ahora echamos en falta.

Decía el escritor y poeta californiano Richard Armour, que siempre se distinguió por su sentido del humor: "Politics has been concerned with right or left instead of right or wrong" (jugando con el doble sentido de la palabra right, "derecha" y "lo correcto", "Los políticos se preocupan más de derechas e izquierdas que de lo derecho o lo torcido").

Como en el método científico, pongamos a prueba la hipótesis para ver si es cierta practicándola. Votemos o neguemos el voto, lo que cada uno considere más adecuado, como si hubieran muerto las adscripciones y que de ese modo los políticos sean realmente juzgados por los votantes. A ver si tenemos suerte y la hipótesis va y se demuestra.