La ciudadanía europea lleva demasiados años observando con cierto estupor y padeciendo un deterioro en la forma de gobernar que está cada vez más atenazada por una rigidez neoliberal que empeora a ojos vista el Estado del bienestar. Me refiero a algo que va más allá del fatídico consumismo, que debe estar centrado en la consolidación de la calidad de vida en forma de derechos tan básicos como el trabajo, la sanidad, las pensiones o la vivienda.

Con la burbuja financiera ha hecho explotar una olla que, en lugar de haber servido para corregir las desviaciones ha destapado algo mucho peor: que conocemos la codicia de quienes nada quieren que cambie y todo siga igual. Primero echaron mano del dinero público para rescatar el desaguisado financiero y especulativo pero manteniendo el control en manos privadas, sin coste alguno para los responsables de las entidades rescatadas, ni para los artistas del desastre ni económico, ni laboral ni penal. En Estados Unidos, por ejemplo, las corporaciones financieras están financiadas por fondos públicos -como se lo cuento- y ahora están muy preocupadas porque pueden verse reducidas las ayudas desde la Administración Obama.

La ola va en aumento, el dominó de rescates también, no solo a entidades financieras sino a países enteros, con mil burbujas de por medio que se traducen en un deterioro de la economía real que incrementa el número de perjudicados y las personas en riesgo de exclusión social. Es más importante la estabilidad de los mercados que la lucha contra el fraude fiscal y contra el paro, la desaparición de los paraísos fiscales y el control legal y judicial de los desmanes especulativos.

Es demasiado evidente que lo financiero manda sobre la política elegida democráticamente; que todos estamos cada vez más expuestos a una crisis cada vez más alargada porque no hay voluntad real de afrontar la contradicción en la que estamos sumidos. Pero somos cada vez más los que estamos convencidos de que el máximo beneficio debería estar acotado por el crecimiento sostenible y el mantenimiento de los derechos básicos fundamentales. O dicho con otras palabras, la supervivencia del sistema garantista de derechos y libertades que tanto costó legalizar.

Como no parece que es así, y algunos destacan porque que no quieren que así sea, comienzan las primeras protestas serias al margen del cauce del sistema político de partidos y sindicatos, con lo peligroso y estimulante que resulta. En efecto, el pasado 15 de mayo, la plataforma "Por una democracia real Ya", ha logrado reunir a más de cien mil personas en varias capitales del Estado, en forma de manifestaciones y sentadas varias. Algunos buscarán agitadores ocultos, probablemente éstos intenten capitalizar este movimiento a nada que coja algo de fuerza en su afán reivindicativo por una democracia centrada en las personas por encima de los capitales y de tanta corrupción a la vista de cualquiera.

No nos engañemos, porque todo tiene un límite, incluso la codicia, y el de muchos está muy cerca del desborde. El éxito morrocotudo del librito Indignaos no es más que otro signo del clima de buena parte de la sociedad civil, harta de tanta especulación inmoral y despropósito ético. Los partidos siguen teniendo la palabra y las leyesÉ Por cierto, ¿en todo este maremagnum, ¿dónde están los cristianos con su estupendo mensaje?