Decía el siempre recordado Tomás y Valiente (A orillas del Estado): "En la reflexión que cada persona realiza sobre un problema que le concierne debe buscar, a solas, la verdad por medio de la razón y con argumentos que contengan razones". Hay unas elecciones autonómicas y locales -no nacionales- en unos días, y sólo cabe abordarlas desde la reflexión serena o desde la víscera. La dignidad es un valor inherente al ser humano en cuanto ser racional, dotado de libertad y facultad creadora. La dignidad también es autonomía, salir del concepto de súbdito para entrar en la autonomía o poder emancipador. Todos pretendemos ser ciudadanos, con nuestros derechos y deberes. Y una veces nos dejan serlo y en otras no. Vean ustedes, sino, la realidad que les circunda. La dignidad se conforma como un valor espiritual que se incardina en el artículo 10.1 CE, y junto a los derechos que le son inherentes, constituyen el fundamento del orden político y de la propia paz social. En ninguna otra de las constituciones históricas se halla reconocida con la proyección jurídica que se regula en la CE de 1978. La dignidad es algo así como la sustancia medular del conjunto dogmático (derechos y libertades) inserto en la norma de normas. Si se nos cercena un derecho fundamental habrá una afectación a nuestra dignidad humana.

La dignidad de la persona constituye, en consecuencia, un mínimo invulnerable que todo estatuto debe asegurar. La CE salvaguarda aquellos derechos y aquellos contenidos de los derechos que son imprescindibles para la garantía de la dignidad humana. Para este escribidor, se tiene dignidad, por supuesto, pero también se puede perder la misma colocándose voluntariamente extramuros. Claro, esto sería la indignidad asentida. Pero no puede perderse de vista la opinión y la percepción que los demás tienen de otros cuando realizan acciones que confrontan con la legalidad y la exigencia ética. Y mucho más, cuando el interés público está en su fundamento y se ve zarandeado.

La dignidad es un valor transversal. También es necesaria en política, pero aquí con trazo grueso y en negrita. Si no somos dignos no podemos representar a los demás en la cosa pública, que es asunto de la más alta relevancia y entidad. La dignidad o su reverso, la indignidad, se manifiesta en las acciones que realizamos tanto en la vida cotidiana como en la propia acción política. Es indigno quien utiliza medios espurios para participar con ventaja en política, o para acallar al contrincante porque su melodía sonora no le es nada agradable. La libertad de expresión y de comunicación queda, así, cercenada. Y por ello se vulnera la dignidad de los afectados, y del resto de ciudadanos que se sienten representados por el agraviado o sufridor de aquélla conducta. La conculcación es, pues, doble.

Es actitud indigna que se utilice el poder territorial como ariete en la pugna política cuando debiera existir -para bien de los ciudadanos: objetivo primario y último- espíritu de colaboración entre el Estado central y toda Comunidad Autónoma. Aquí se está en un "desgañite plúmbeo permanente" contra ese ente supuestamente hostil que, para algunos, es el Estado central. Es indigno quien, a sabiendas de lo mendaz de los mismos, lanza infundios para confundir dolosamente a la ciudadanía con el soniquete de supuestas discriminaciones permanentes, que al final debe merecer bostezo e indiferencia, por lo falaz y pueril. Pero hete aquí, que en nuestra Comunitat nadie es responsable de nada. Hay un continuo pase vergonzoso de la pelota por elevación o per saltum. Se sitúa en el terreno de la indignidad el actor político que acude a una rueda de prensa y a la hora de poder formularle preguntas, se levanta y se marcha con un good-bye, mirando con altivez al tendido periodístico. Y nadie le afea la acción. Es indigno que la televisión pública valenciana se convierta en puro panfleto y loa del molt honorable, y lo veamos, ya, con naturalidad, como cuando observamos llover tras los ventanales, sin inmutarnos. ¿Cuántos millones de veces habrá que repetirlo para conseguir que nos hallemos, alguna vez, en una situación de "normalidad democrática en el ámbito de la libertad informativa" en el medio público? Es de aurora boreal. Mi dignidad, como ciudadano, se ve zaherida cuando eso acontece.

Hay indignidad cuando se mancilla a las instituciones (tribunales, Ministerio Fiscal, Policía, etcétera) por el inicio de actuaciones tendentes a averiguar la verdad material en presuntas actuaciones fuera de ley. O cuando se reacciona furibundamente por creerse exento de cualesquiera fiscalización. Prima el imperio de la ley. Todo ello sin advertir que aquélla tiene que ser aún más exacerbada cuando se detentan responsabilidades públicas. El interes general está muy por encima de las policromías políticas, sean éstas de gobierno o de oposición. Está en juego la pervivencia de este sistema y modus operandi o la laminación del mismo. Las florituras, por tanto, en otro momento y en otras circunstancias. Ah, se me olvidaba: las elecciones no limpian las impurezas.