No cabe duda que estamos impregnados de la tradición judeo-cristiana hasta la médula. Incluso en un agnóstico con talante de izquierdas como el candidato socialista Alarte, se adivinan signos externos de ese pasado en común. Contra la corrupción, decálogo. Como si se tratara de un remedo de Moisés con sus tablas de la ley y expulsando a los adoradores del becerro de oro, Alarte ha presentado junto al azote de Camps en las Cortes, Ángel Luna, un decálogo para desterrar de las instituciones la lacra de la corrupción y prosélitos.

El ciudadano, el elector desconfía tanto de los decálogos como de los códigos deontológicos. No hacen falta ni más leyes, ni más observatorios, ni comisiones ad hoc. Con lo que tenemos en el capítulo judicial y legislativo habría de sobra, si se aplicara con todas las de la ley, para que cayendo ésta con todo su peso encima de los corruptos, tránsfugas y demás ralea, se acabara con el patio de monipodio en el que se ha convertido cierta clase política.

Lo que pretende, lo que quiere el ciudadano es que no le roben sus dineros, que no se desvíen sus fondos a partidas opacas, que con sus bienes no se enriquezcan unos privilegiados, que no acaparen unos pocos las concesiones administrativas, que no se adjudiquen generalmente al mismo las obras y licitaciones, que algunos políticos tras su paso por las instituciones no aumenten considerablemente su patrimonio original. En definitiva basta con que sean honrados, con que cultiven la integridad.

"La integridad no está sujeta a reglas". Albert Camus.