Nos hemos liado la cabeza más de la cuenta las gentes de este oficio del periodismo con lo de las ruedas de prensa mudas, en las que solo podemos apuntar y no se nos permite ni abrir la boca. Los políticos tienen razón, porque mira que nos ponemos pesados, dale que te pego, que si la corrupción, que si prometes y no cumples, y claro, llega un momento en el que tanta insistencia agota. El periodismo es un oficio ingrato, jodido, porque tienes que andar hurgando por aquí y por allá y a nadie le gusta que le remuevas el polvo a su alrededor, sobre todo si tiene responsabilidades públicas. Lo bonito es reírle las gracias al concejal para que por las tardes te invite a un cruasán y te prometa un gabinete de prensa en el que tengas tiempo de escribir poemas y pregones a la Virgen de la Soledad. Aquí, quien más quien menos, ha puesto el grito en el cielo en defensa del honor profesional y se han reunido miles de firmas contra el atropello al derecho a informar, contra el veto a poner en cuestión los rollos que nos endosan. Parece que los políticos nos han hecho algo malo cerrándonos el micrófono. Pero no, lo que de verdad están consiguiendo es situarnos en el camino correcto. Los políticos nos meten mordaza pero seguimos yendo detrás, pidiendo opiniones y declaraciones porque todavía no hemos decidido ponerles en su lugar, en el espacio que ocupa un breve. Los políticos tocan a misa y vamos a comulgar porque seguimos sin caer en la cuenta de que, como alguien dijo ya con acierto mucho antes que yo, "el periodismo acaba donde empieza una rueda de prensa". Éste debería ser nuestro paradigma, el leitmotiv que nos guíe para olvidar las discusiones estériles y dedicarnos a hacer periodismo, a trabajar con pasión. Y que sigan sin permitir hacer preguntas para alimentar un poco más, si cabe, lo que ya va camino de convertirse en su gran soliloquio.