No sé si todavía sigue celebrando que la jueza archivara su caso diciendo que Isabel García no fue engañada, acosada, maltratada, liada. No sé si Ana Rosa Quintana sigue comiendo de su propia mano acogiéndose al rollito exculpatorio de la jueza, que viene a decir que ni ella ni sus colegas son unos chorizos, quinquis, delincuentes. Vale. No lo son tal como entendemos esos términos legales. Pero ella sabe, o debería saber, y si no hay que decírselo, que una cosa es la legalidad y otra la dignidad. Ni ella ni sus colegas la tienen. Por mucha jueza que la exculpe para ir al trullo o donde quiera que las juezas metan a las malas yerbas que hacen de la desgracia ajena un bonito sahumerio para mejor honrar su cuenta de resultados. Menos lobos, Ana Rosa. Uno no puede más que mearse la pata abajo -siento que este lenguaje tan soez no esté a la altura de tu moños, y de tus moñas-, cuando te oye decir que has tenido que aguantar carros y carretas la injusticia de otros medios, que te han vilipendiado, enjuiciado, criticado, y que tú, impecable informadora, has callado porque el caso de la entrevista exclusiva "que todo periodista quería dar" estaba sin resolver y esperabas que hablara la justicia. Dios, Ana Rosa, eso sí que es emocionante. Esperar a que hable la justicia, no hacer juicios paralelos. No darle voz a Nacho Abad para que no la cague adelantándose, a gritos, fuera de sí, a la justicia, no darle voz a esa chicharra para que no llame mentirosa a Isabel García, "que vas a ir la cárcel por encubrir a tu marido", gritaba fuera de sí el ex culpado antes de que esta mujer se desmayara ante la cámara pidiendo por favor que dejaran de grabarla. Qué vergüenza, Ana Rosa perfumada.

De la misma tribu

De otra forma de corrupción, y la de AR y los suyos es muy gorda por más que se beba como aguachirle de consumo mientras pasa la mañana, habló Jordi Évole en el último Salvados de la temporada, y se fue a Mercasevilla para hablar del pescado podrido que se maneja en los despachos donde las comisiones son el garbanzo de los sinvergüenzas, y sin salir del basurero recaló en Orihuela para indagar en el bonito caso Brugal, trama corrupta vinculada al negocio de la basura y el urbanismo en Alicante, y a punto estuvo de ser atropellado por Antonio Ángel Fenoll, que preguntaba como los fanfarrones si quería que le diera una hostia. Siempre igual. Se revuelven como bichas. Le salió bonito La España corrupta, aunque sigo sin entender qué hace en Salvados el Yoyas, pendejo chuleta que ahora reniega con cierto aire de superioridad de los patibularios de Gran Hermano, del Reencuentro, o Supervivientes, calderas de azufre de las que el propio Carlos Navarro salió. Con El Follonero "apatrullando la ciudad" va opinando de esto y lo otro como si fuera la voz no contaminada del pueblo, la sabiduría popular, pero a uno le importa un truño esta payasada, igual que le importa un mugido de vaca que Belén Esteban sea la autoridad que en Sálvame, descojonándose desde el despacho donde se organiza el cirio, diga sobre la muerte de Osama Bin Laden que "la muerte es mú mala, pero yo pienso que la persona, y todos los que faltan de su tribu, ¿eh?, porque han sido muchos muertos los que ha hecho este hombre, ¿eh?, así que si lo han matado, lo siento mucho, pero malegro, yo y muchísima gente". Las gradas rugen.

¿Maricón? Mira las cornás

Y ahora, José Ortega Cano. Lo han llamado, y él ha acudido, para que conteste a su hermano Eugenio, que decía que la familia de Rocío Jurado lo llama por los rincones maricón y borracho. Hay cosas, por mucho que uno vea, que no acaba de entender, y cuando las ve, uno siente una vergüenza infinita. Que alguien en su sano juicio acepte que una tipa como María Patiño quiera saber si es verdad que "tu hijo José Fernando asegura que con la mayoría de edad te va a dejar, te va a pedir la herencia, y se va a volver a su país de origen" tiene sólo un culpable, el tal Ortega. La escena sucede en ambiente campestre. Ella con papalina rústica, él sentado en un sillón de mimbre con pañuelo blanco anudado al cuello. Nadie podría advertir el nivel de putrefacción que allí se manejaba vista la estampa desde lejos, pero de cerca era imposible no sentir un asco profundo y una decepción infinita por ciertos semejantes. La cosa iría a peor. Ya en el plató, Ortega, acorralado por los simpáticos colaboradores de Jaime Cantizano, dio un salto del asiento, se desabrochó la camisa, enseñó la barriga, así, fofa, carnosa, tratando de demostrar que quien tiene cornadas de toro no puede ser maricón.

La ubre de Tatiana

Es tal el despropósito -de esa demostración, del hecho en sí, de la grotesca ignorancia- que acabas sintiendo una repugnancia que se revuelve contra ti por asistir a bochorno tan innecesario. También, una tal Tatiana llora a moco suelto -no es licencia literaria- cuando Raquel Sánchez Silva, en directo, como se dan las decisiones médicas, le dice que tiene que abandonar la isla porque la cosa pinta fea. La cosa es la teta. Con el zambombazo que se pegó la señorita al caer en plancha al mar desde el puto helicóptero el implante se le escoñó. Así que a España, monada. Hacía tiempo que no veía a nadie llorar con tanto desconsuelo. No sé si por el pastón que le costó el globo mamario, por el dolor, o por abandonar Supervivientes cuando su carrerón como actriz no había hecho más que comenzar demostrando al mundo que sin tetas no hay paraíso. Ella, para dejar claro que va en serio con lo de ser actriz, empezó por lo primero, invirtiendo en sus ubres, que luego vendrán enormes directores de talento comercial y le harán dos planos en Torrente. Sobre tema tan candente, la sagaz Ana Rosa pregunta. ¿Deberían tirarse desde el helicóptero las chicas con prótesis? Está en todo. Para que luego digan que AR no hace periodismo del bueno. Si es que no entendemos su olfato. Para la mierda.