Todo el mundo añora aquellas campañas electorales de la Santísima Transición, tan largas, intensas y bestias, de misa cantada, con sus carteles, panfletos y sus vedettes. Sin embargo a mí me encantan estas nuevas campañas invisibles como ésta en la que nunca pasa nada y no hay ni programas, mítines ni debates. Y casi ni candidatos. Divertidísimas.

Todo es Rajoy contra Zapatero. PP y PSOE siguen jugando en terreno nacional. El PP repite el mantra de que Zapatero tiene la culpa de todo. Los socialistas que con Rajoy hubiese ido mucho peor porque Zapatero ha garantizado la cohesión social. En la Comunitat, los socialistas denuncian la corrupción organizada, los populares que el malvado Zapatero nos quiere robar la Santa Faç, la Mare de Déu del Lledó y la Geperudeta. EU y Compromís esperan la lluvia dorada del voto de los descontentos. En los municipios todos coinciden en que hay que crear empleo. Nadie explica cómo. Ni que los reyes magos somos los contribuyentes. Y prometen el moro. Sin oro. Xe, serà per dinersÉ¡¡¡

Los mítines de Zapatero de ayer mismo en Valencia, el de Rajoy en Valencia el martes y la visita alicantina son bufes de pato. Después de los fuegos artificiales, vuelve la cruda realidad. Los dos partidos están haciendo una campaña hacia dentro. Los populares inyectan anestesia. Tienen cerca de un 80% de fidelidad de sus votantes. Y los socialistas necesitarían más tiempo para acabar de erotizar, para izarle el mástil a su gente. Bueno, hacerlo una vez cada cuatro años no está mal.

Los populares, descontada la victoria, libran una doble guerra civil. Una es la de la sucesión post-campista que libran el liberalismo sin complejos de Blasco, Rus y compañía contra los cristianos, los de AP de Rita Barberá y los herederos del franquismo. La otra es territorial: la de la secesión neoalicantina. Las visitas de Camps a Alicante son batallas con muertos y resucitados en la que ya no hay paz por territorios. Dios premia a los malos y castiga a los buenos.

El Pare Camps enloquit, el de los trajes, aconsejado por Blasco, que sin duda es el mejor político que ha dado este último siglo la nostra terra, se dedica a ir pirulando titulares -peregrino levitante por las cunetas de abuelitos fusilados- para desviar la atención, para que no se hable de lo del caso Gürtel, de la ruina de la Generalitat ni de la indignidad de la lista de imputados que presenta el PP. Y, escondido detrás de sus alcaldesas, ningunea a un Jorge Alarte que, aunque crecido, todavía no se cree que ahora, por ley, sale en Canal9. Parece ser que Alarte se conforma con salvar los muebles, tomar una posición y sobrevivir en Les Corts para consolidarse como líder. El resto, desaparecidos. Ripoll, por orden de Génova.

De entre los candidatos municipales despunta el estilo familiar, siciliano, de Mónica Lorente. Villena, separando los toros. A Jorge Sedano, el robot de Miguel Peralta, le han salvado las fiestas. Adela Pedrosa en Elda, con diez años y kilos menos, se ha autoeditado un Hola Ana Rosa Quintana. Igual que la otra campsista, Mercedes Alonso, que juega una de las dos decisivas batallas 2011 contra un Alejandro Soler que, siempre recién salido de la ducha, está dispuesto a resistir la atracción fatal y seguir siendo el rey. Agustín Navarro en Benidorm, en el otro gran enfrentamiento que medirá el éxito electoral, ha conseguido focalizar en él toda la atención. Aunque la estrella y posible bisagra Gema Amor transmite una languidez romántica inquietante.

Elena Martín gana en distancias cortas y con un cierto estilo pedagógico al que le falta pegada, lucha contra sí misma. Pavón es Pavón. Y Tomàs Mestre, de Compromís, está haciendo una magnífica campaña en la red. Sonia Castedo es el populismo lírico postpolítico. Es una mujer hechizada por el dinero, elitista, culta e inteligente que se ha teñido de rubia -sus asesores dicen que de poligonera princesa del pueblo- para besar a niños y seguir en el poder, su único amor. Antes estaba Bárbara Rey o la Norma Duval. Ahora todas son la vedette del cabaret. Pero falta una semana y podemos acabar todos en un convento. O al revés.