Parafraseando a Groucho Marx, no se me ocurre una manera más gráfica de poderles dar mi opinión sobre el panorama de la telefonía vía Internet que en los últimos días se ha visto sacudida por un nuevo terremoto en forma de la compra de Skype por Microsoft.

Les cuento. Skype es una compañía que se basa en un software que permite la transmisión de voz, texto y vídeo por Internet cara a cara, de modo que cualquier usuario, descargándose el programa gratuitamente en su ordenador, puede hablar por teléfono, mandar sms o emitir y/o recibir una videoconferencia.

Estos usos son muy conocidos y muy extendidos entre la población, sobre todo aquellos que tienen a conocidos, familiares, etc muy distantes en el espacio, pero que este programa les permite un contacto próximo e íntimo, frecuente, de calidad, y sobre todo barato.

El negocio de Skype no está en dar cobertura gratis a conversaciones telefónicas, ni siquiera en financiarse o sufragarse con publicidad como hacen otros, aunque un panorama de 170 millones de usuarios lo pudiera parecer. Su negocio principal está en que consume más de doscientos mil millones de minutos al año (datos de 2010), una parte de ellos de pago, puesto que esas llamadas no están solo restringidas de ordenador a ordenador, sino que se pueden hacer a teléfonos móviles y fijos con unos costes que paga el usuario a unas tarifas infinitamente más baratas que las de los teléfonos convencionales, y de ahí su interés.

Como curiosidad les diré que el software de Skype fue ideado por un danés y un sueco, y que la sede principal de la compañía se encuentra en Tallín (Estonia). Por cierto, ¿qué tendrá el mar Báltico para que los grandes de la telefonía -empresas y personas- salgan de allí?

A lo que vamos. Con la adquisición por Microsoft de Skype, el gigante americano vuelve a apostar por la telefonía como hizo hace unos meses adquiriendo Nokia. Se pone así a la altura de sus competidores Apple y Google, en un entorno donde una jugada en falso procurará perdidas millonarias (ya se habla incluso de la segunda parte de una nueva burbuja tecnológica ), pero que un error estratégico puede dejar fuera de juego a cualquiera por grande que sea (o que se crea ser).

Microsoft pretende con la adquisición de la empresa de Estonia, no solo una diversificación de sus productos, sino una entrada de lleno, con los aparatos de Nokia y con el software de Windows Phone, en el mundo de la telefonía IP, de las llamadas y videollamadas por Internet con un simple teléfono fijo o móvil a coste de la conexión a la red.

Ahí está el verdadero negocio y el verdadero problema, pues los daños colaterales (muy importantes a mi juicio a medio y largo plazo) de esta guerra, los van a sufrir las compañías telefónicas tradicionales que están dando un servicio (la voz) que está a un paso de quedarse obsoleto en cuanto a la compra de minutos sin más.

La voz, los datos, las imágenes y el video son una cosa que ya viaja a tiempo real por la red y por lo tanto, la banda ancha será la única vía de telecomunicaciones a no mucho tardar. De eso los gigantes tecnológicos ya se han dado cuenta, y las empresas teleco también, aunque sus posiciones en muchos casos monopolísticas y en otros geopolíticamente estratégicas, les hacen fuertes, pero no por tecnología, sino por todo lo demás.

Skype tiene un mercado a día de hoy del 12% de todas las llamadas internacionales del mundo, de modo que ya antes de su adquisición por Microsoft era un grano demasiado doloroso, de modo que desde mañana, será algo más que eso.

¿El futuro de las telecomunicaciones a la vuelta de pocos años?

Muy simple, una banda ancha decente y económica y con eso y todos los aparatos y gadgets habidos y por haber conectados a ella, tendremos nuestras comunicaciones de voz, datos, vídeo, documentos, archivos, funcionamiento de aparatos, domótica y todo lo que ustedes se puedan imaginar por el mismo continente. El contenido será el que cada uno le quiera dar.

Nuestros nietos llegarán a pensar que las locomotoras de vapor alimentadas por leña al grito de "más madera, es la guerra" eran contemporáneas de las líneas de teléfono por las cuales había que pagar, además de conceptos tan injustos como el mantenimiento de aparatos, el establecimiento de llamada, la penalización por llamar a móviles de otras compañías y todas esas sorpresas que las operadoras, eso sí, muy maquilladas, se encargan de facturarnos mes tras mes.