A escala planetaria somos menos que ácaros microscópicos en la piel de una sandía. Con todo nuestro orgullo, nuestra historia y nuestra grandeza, con toda la tecnología y con toda la demografía, somos apenas una leve capa de carne pensante que, puesta en pie, supone la diezmillonésima parte del diámetro de la esfera. Lo extremo de nuestra fragilidad nos es recordado por tragedias como la de Lorca, enormes para los humanos, inapreciables para el planeta.

Estamos en algún punto entre lo extremadamente pequeño y lo impensablemente grande. No pasa década en que no se descubra, sin llegar a verla, una nueva partícula elemental de la materia, menor que la anterior. Los átomos, genialidad filosófica que los griegos que suponían mínima e indivisible, son gigantescos al lado sus componentes, que algún día mostrarán a la ciencia las todavía más ínfimas partículas que los rellenan con más energía que masa. En el extremo contrario, no solo desconocemos los límites del universo sino que empezamos a admitir que puede haber un número indeterminado de ellos, y tal vez el nuestro esté en realidad palpitando, pasado de la máxima expansión a la máxima contracción para estallar de nuevo en una cadena sincopada de big bangs sin principio ni final determinables.

Ni la danza enloquecida de las partículas subatómicas ni la infinitud del universo se inmutan lo más mínimo cuando un minúsculo repliegue de la piel de la sandia pega una inapreciable sacudida, pero nosotros estamos justo en el lugar de la escala en que tal sacudida nos puede costar la casa e incluso la vida. Sabedores que tales cosas ocurren, nos esforzamos en prepararnos para reducir el alcance de los daños, objetivo cuyo cumplimiento suele mantener relación de proporcionalidad con la economía del lugar: es sabido que el subdesarrollo multiplica las víctimas de los temblores. Nuestra grandeza es la consciencia de nuestras debilidades, que nos lleva a una lucha incesante e incesable para corregirlas o compensarlas. Somos algo minúsculo en el tiempo y en el espacio, pero en este breve ahora y aquí hemos pensado que podemos ser los amos, y nos aplicaremos a ello, porque en otro caso no seríamos lo que somos: humanos.