Dos amigos miran embelesados a la Luna: "Oye, ¿qué está más cerca Cuenca o la Luna?". Y el otro responde: "A ver, tontolaba, ¿tu desde aquí ves Cuenca?". No sé con quién me identifico más, si con el tonto que pregunta o con el listo que responde. Y es que las encuestas sobre las próximas elecciones me han dejado tan perplejo como para creer que la Lluna está más cerca que Cuenca. Pero no lo tengo tan claro como el listo, aunque también me asalte la duda, no crean, tal y como veo el panorama. Aunque lo esperaba, sentirme perplejo también cuando el otro día comprobé (como me temía) que los espectadores asistentes a la única representación de Los Negros no pasábamos de los trescientos.

¡Ole y ole a la afición teatral alicantina! Si Jean Genet despertara de su tumba sentiría la misma perplejidad, aunque se consolaría pensando que su reino no es de este mundo. Atrás quedaron los éxitos de su transgresión escénica con Las Criadas, El Balcón, Severa vigilancia, Querelle de BrestÉy no me digan que su teatro resulta antiguo porque no es así. A su exaltación de los marginados, de encontrar la pureza en lo más sórdido, de sus claras propuestas de subversión de un orden que resulta injusto hasta lo obsceno, habría que sumar la opinión de los que pensamos que el mundo actual precisa un lavado a fondo, una inversión de papeles, una nueva concienciación colectiva; Genet no hace sino convertir el escenario en un ritual purificador en todas y cada una de sus obras.

Miguel Narros ha conseguido con su montaje lo esencial: impregnarnos de la personal atmósfera de un autor maldito, por mucho que haya sido asimilado por una sociedad que ya hasta lo considera anticuado.

Qué pena. Bien, hasta aquí puro teatro, pero teatro necesario. Ahora salgamos a la calle y comentemos, por ejemplo, alguno de los muchos escritos que circulan por la red, ya comentados por Francisco Esquivel en una de sus columnas en INFORMACIÓN . No me resisto a transcribir un párrafo de uno de ellos: "¿No creen que ha llegado el momento de coger el toro por los cuernos? Habría que suprimir el Senado, hay países donde no existe y no pasa nada. Eliminar la pensión vitalicia de los parlamentarios; revisar los sueldos de los cargos públicos; revisar las leyes con cárcel para los que han defraudado o malgastado el dinero público; eliminar al máximo los coches oficiales y adelgazar al mínimo el cuerpo diplomático. Con eso y rebajando un 30 por ciento las partidas de transferencias a sindicatos, partidos y fundaciones opacas se ahorrarían más de 45.000 millones de euros y no haría falta tocar lo que más nos interesa".

¡Casi ná! ¿Cómo se les queda el cuerpo? Puede que suene a utopía, pero todo es ponerse y no cabe la abstención de voto. Porque el comentario citado y otros muchos son realizables. Lo cierto es que ya ha llegado el momento de soluciones, o nos pasará como al listo, creeremos como él que la Luna está más cerca que Cuenca.