Empiezan a preocuparme los derroteros por donde está metiendo la campaña electoral el actual presidente de la Generalitat. La alusión al abuelo de José Luis Rodríguez Zapatero la atribuí a un desliz por desconocimiento de los avatares de la familia del presidente del Gobierno y, pese a estar totalmente fuera de lugar como argumento de campaña la referencia al padre del padre de ZP, lo terminé por considerar una simple metedura de pata, grande y de mal gusto, pero metedura de pata al fin y al cabo. Pero lo del pasado martes en Dolores, cuando prometió recorrer a pie la Comunidad Valenciana empezando por la Vega Baja, nos mete de lleno en el terreno del misticismo y a un servidor no le gusta mezclar las churras con las merinas porque no cree que la voluntad de los electores tenga nada que ver con la divina. El votante, digo yo, acude a las urnas a expresar sus preferencias de gobierno, aunque muchos hagamos un auténtico auto de fe al introducir la papeleta en la urna. Por tanto, hilar las cosas terrenales que se dirimen el 22-M con asuntos que están más cerca de las creencias religiosas de cada cual, por muy respetables que sean, además de un error abre a Francisco Camps un montón de interrogantes de difícil respuesta. Porque ¿qué se supone que quiere agradecer con esa peregrinación? ¿Que los ciudadanos le voten pese a la bancarrota de las cuentas de la Generalitat? ¿Que sea el candidato a jefe del Consell pese a estar imputado por el caso Gürtel? ¿Que Zapatero y la crisis vayan a terminar siendo su tabla de salvación? Como ven, un terreno muy resbaladizo en el que hasta los creyentes podrían sentirse ofendidos por ser demasiado poco lo que ofrece para tanto milagro.