A principios del año en curso, el candidato socialista a presidir la Generalitat, Jorge Alarte, se dio un paseo por el maravilloso mundo de Lewis Carroll, donde los gatos hablan de filosofía, las barajas cobran vida y los conejos se ven abrumados por el paso de las horas. Extasiado, transfigurado, prometió crear 250.000 puestos de trabajo. La promesa sigue en las hemerotecas, pero alguna mente preclara de Blanqueries ha terminado por expulsarla fuera del circuito de eventos y parlamentos socialistas, vistos los escandalosos índices de paro.

Como parecen no aprender, reminiscencias del informe Pisa, su secretaria de organización y candidata a la alcaldía alicantina se suelta el pelo y, ni corta ni perezosa, retoma el tema de las promesas de creación de empleo, anunciándonos un plan para la inversión y mejora de la ciudad cuyo punto culminante es la creación de 34.000 puestos de trabajo. El discurso, tantas veces manoseado por la clase política, crea más ansiedad que esperanza.

Quizás Elena Martín esté llena de entusiasmo electoral y pretenda lanzar un órdago a la lacra del paro, quizás ese mismo apasionamiento por alcanzar su objetivo le hace no meditar sus declaraciones. Sin embargo un instante de reflexión le debería llevar a comprender el estado catatónico en el que se encuentran miles de alicantinos, a los que las constantes e incumplidas promesas de los políticos basadas en palabras huecas y carentes de aplicación práctica, les aumenta su desesperación y contribuyen a su comprensible indignación.