Llego a Siria la noche del martes 19 de abril en vuelo procedente de Bucarest. Conozco el país de anteriores estancias y pese a que la situación es convulsa en muchos otros países del dominio arabomusulmán, no lo es en Siria, donde las manifestaciones o protestas en ningún caso parecen ser de la intensidad de las tunecinas o egipcias, que han conseguido desbancar sus respectivos gobiernos, o la libia, en claro proceso de guerra civil.

El ambiente es tenso y se va enrareciendo. Se masca en el ambiente que con motivo del sermón de tipo político (jutba) del viernes, las protestas van a subir de tono. Por ello, y para evitar mayores problemas decido escaparme al Líbano, país en paz por el momento. En Beirut coincido con periodistas sorprendidos de saber que llego de Siria y que tengo visado para volver a entrar en el país. La explicación es que mi visado es anterior en muchos meses al inicio de las protestas sociales. De vuelta a Damasco desde Beirut, la radio libanesa informa de revueltas en el país y tan sólo atravesar la frontera tengo la sensación de haber llegado a un país diferente del que abandoné hace tan sólo unos días.

El país se encuentra en pie de guerra. Los controles altamente armados y los bloqueos de carreteras se suceden a simple vista unos de otros y cubriendo cualquier bifurcación o desvío. Es imposible avanzar un solo metro sin ser observado. Tras innumerables controles consigo llegar a Damasco y decido que lo más prudente es marchar a una ciudad de provincias a fin de evitar las violentas manifestaciones que con toda seguridad se van a producir en la capital. El régimen, previendo éstas, ha cortado el tráfico salvo para sus correligionarios, policía o ejército. Damasco parece una ciudad fantasma.

Disparos en la estación

En la estación de autobuses se oyen disparos a poca distancia. Son ráfagas de metralleta y suenan cada vez más cercanas. La policía y el ejército entran en pánico, están disparando al interior de la estación. Se ordena a los viajeros y especialmente al único y muy visible occidental, de refugiarnos en la parte trasera de la estación. Continúan las ráfagas cada vez más cercanas y la policía apostada en cada rincón de la estación cubre cada ángulo de tiro y responde con sus propias armas. Alguien llega a la conclusión que los aterrorizados viajeros de pie sobre la estación ofrecen un blanco perfecto a los tiradores enemigos, demasiada superficie de tiro. Se nos ordena, por tanto, de montarnos al interior de los autobuses y tumbarnos en el suelo. Me vence la curiosidad y observo arrodillado el intercambio de disparos y los gestos nerviosos de las fuerzas de seguridad. Finalmente y a muy poca distancia, se diría que a una decena escasa de metros, se oye un disparo solo, de pistola, un breve momento de respiro y otro disparo, y luego un largo e incómodo silencio ¿se ha infiltrado algún enemigo en la estación y ha sido abatido? A los pocos minutos, se nos ordena de bajar de los autobuses, se nos reembolsa el importe de nuestros billetes y se reparte la consigna de volver a nuestros hoteles o domicilios. Se suspende el tráfico por carretera. Damasco queda incomunicada.