Ya lo dijeron de su padre: "Si Manzanares hubiera nacido en Sevilla, hubieran tenido torero para cien años". Y eso que nunca abrió la Puerta del Príncipe, por la que le sacaron sus compañeros a hombros el día que se retiró. Ahora dicen que la Maestranza ha adoptado al nuevo José Mari.

Y todo porque el pasado sábado 30 de abril cortó cuatro orejas, dos de ellas simbólicas tras indultar al toro Arrojado, de Núñez del Cuvillo. Pero que nadie olvide que es de Alicante, que aquí se le ha apoyado y seguido desde casi antes de sus comienzos, que aquí tomó la alternativa en el mejor ambiente posible, y que aquí la afición le quiere y le admira.

Anda este Manzanares en época de plenitudes y parabienes. Por si alguien lo dudaba, le acaban de dar todos los premios por su apoteósico paso por la capital del Guadalquivir, y todas las ferias de España le reclaman y le esperan. Con Madrid de por medio, única espinita que le queda al joven torero para que nadie pueda poner pegas a su deslumbrante realidad.

Y todo a pesar de su comienzo de carrera dubitativo y de los numerosos problemas de salud: el dengue, una infección, una hernia lumbar, el corte de los tendones del dedo pulgar de la mano izquierda, que casi le apartan definitivamente de la profesiónÉ Mientras tanto, su concepción ha pasado de un torero técnico quizá en exceso a la versión más natural, elegante y templada que ha explotado en toda su magnificencia durante la recién acabada Feria de Abril sevillana. Los límites están abiertos. Ahora depende de él la huella que quiera dejar y el peso que quiera tener: abrir los encastes a lidiar, asumir gestos y alguna gesta, batirse el cobre con los de arribaÉ En Alicante, su tierra, siempre se le esperará.