Creía que solo reinaba en las noches cutres televisivas de Jorge Javier, mascando chicle con la boca abierta y desafiando hasta al papa si fuera preciso. Que triunfaba en el corazón de las damas de bata, zapatilla y rulo y entre las muchachas de las barriadas de Leganés. Pero no, la incombustible, chula y lenguaraz Belén sobresale también en el restringido y complejo mundo de la cultura más elitista. La encontré ahí, una tarde de lluvia, en el montón más alto de las estanterías de Lingüistica y Filosofía mientras buscaba en una librería la "Historia" de Heródoto y lo que pudiera encontrar. No sé si por hacer una gracia, por equivocación o porque verdaderamente algún dependiente creyó que era donde debería estar, el libro "Belén Esteban, una chica de San Blas... y poco más"", de Julián Fernández Cruz, se enseñoreaba desde la altura, compitiendo codo a codo con las más de mil páginas de "Lecciones sobre la estética" de Hegel. Tampoco tengo claro si el descubrimiento de tal ejemplar supuso un soplo de aire fresco para mi mente, atiborrada de títulos grandilocuentes y de reflexiones sobre la política y el poder. Revisé el libro mirando de reojo, temeroso de que alguien me descubriera con las manos en la masa, cometiendo tan vil pecado. Volví a dejarlo en su sitio y me fui cargado con Heródoto y con una Historia de España que acabará criando polvo en algún rincón. Camino de casa, pensé que aquel libro quizá estaba allí porque el orden natural de las cosas así lo había dictaminado. Y es que, con tantos avances y tanta tecnología, quizá hayamos entrado ya en una dimensión de la cultura cuyo verdadero sentido se nos escapa. A los pocos días de este suceso, veo en la tele que Belén Esteban hace un pleno frente a la máquina de la verdad. Ante este hecho ya no me cabe la menor duda. Solo me queda abrir la ventana y gritar con todas mis fuerzas: ¡viva la telerrealidad!