Nos despierta la noticia de que han matado a Osama Bin Laden, un hombre del que habíamos llegado a dudar que existiera y del que, después de aceptar que era difícil que no hubiera muerto, habíamos olvidado que estuviera vivo. Como la noticia nos despierta y, a la vez, nos aturde salimos del sueño drásticamente. Antes se las llamaba "noticia bomba" pero ahora no es adecuado. Las bombas se identifican cada vez con el terrorismo y menos con la información, que se han vuelto inversamente proporcionales. Las "noticias bomba" son de cuando el periodismo estaba en los periódicos, donde estallaban secamente. Ahora arden las 24 horas y por doquier y son al relato informativo como el gran incendio de Londres.

La muerte de Bin Laden pertenece al género de las "noticias fiesta" en el que la nueva se comunica y festeja al mismo tiempo. La noticia es canónica en todos los sentidos y -¡santo súbito!- adquiere la condición "histórica" y "simbólica" al instante.

Cada quien festeja a su manera. Hay quienes salen a celebrarlo y si no nos dan miedo es porque ni lucen luengas barbas negras ni enseñan los dedos de los pies. Los gozosos pillan una borrachera informativa, por exceso en la ingesta y por beber malos destilados. A los partidarios de guardar las fiestas se les oyen homilías y jaculatorias: "el mundo es mejor, el mundo es más seguro". Quizá bastaría con decir que hay "un asesino menos" sabiendo que nunca faltan vocaciones.

Bin Laden era un líder que necesitaba el visual e individualista Occidente para identificar su lucha pero Al Qaeda alardea de ser una organización descentralizada (una franquicia, traducen los liberales). No sabemos si Bin Laden era la cabeza de una organización sin cabeza, si Al Qaeda es acéfala o policéfala. Como sea, para mantener la excitación, ya está programado para después del júbilo de la victoria el miedo a la represalia.