Cuando uno lee cuanto se ha escrito sobre Agustín Navarro, el primer impulso es acudir a la página de los diez criminales más buscados por el FBI para documentarse cabalmente. Pero el único nombre con reminiscencias aceptables que aparece en la lista es un tal José Luis Sáenz, perseguido por cuádruple asesinato y por quien se ofrece una recompensa de 100.000 dólares. Y conozco a gente del PP que pagaría mucho más por colocar en la picota a Navarro. En el fondo, todo cuanto le rodea adolece de imprecisión. Por ejemplo, el adjetivo "tránsfuga" se ha adherido a él como una marca de galeote cuando técnicamente nunca lo ha sido. A lo sumo, puede acusársele de haber pactado con un tránsfuga, un delito menor en esta época de trapacerías, y violado un acuerdo de Estado entre PSOE y PP para desterrar tales prácticas. No vale la pena extenderse acerca de los brillantes resultados del acuerdo, ni de elaborar un catálogo de incumplimientos que ocuparía varias páginas en la web del FBI: hablaríamos de los mil más buscados y no de los diez.

Sin embargo, lo que consumó Navarro cuando aceptó la colaboración de un concejal del PP fue en la práctica lo que los ingleses llaman "cruzar el pasillo", en referencia a aquellos diputados que abandonan su escaño para sentarse en los de los otros grupos. Churchill lo hizo dos veces, pero el más elocuente fue sin duda Gladstone, quien citó a Virgilio en su primer discurso como liberal. Supongo que esto no impresiona a Navarro, aunque él mismo podría ser considerado reincidente y también ha sucumbido en alguna ocasión a la grandilocuencia: "Moriré socialista", dijo en una carpa electoral. Esta es una declaración de principios enrevesada cuando hablamos de Benidorm. De hecho, en la carpa fue vitoreado por los mismos que le habían expulsado del partido cinco minutos antes. Entonces, uno se pregunta razonablemente si Navarro "cruzó el pasillo" y ahora se le han unido todos los familiares excepto Alarte, o si lo ha cruzado de vuelta para sentarse en un escaño que los antiguos compañeros le reservaban con mimo.

Como en el PP la zona de tránsito también anda atestada, el cronista debe concluir que en Benidorm realmente no se "cruza el pasillo", sino que se practica el juego de las sillas, ya saben, ese entretenimiento de serpentinas y matasuegras en que los despistados no encuentran asiento cuando cesa la música. Instalado en esta desinhibida anarquía de clanes, el gobierno municipal de Navarro ha basculado entre la apabullante presencia pública y las citas clandestinas en el confesionario con antiguos compañeros de partido. Hay pasiones que no pueden ocultarse durante demasiado tiempo y urgencias que transforman la necesidad en virtud. "En tu orilla hallé cobijo", dijo Gladstone aquella tarde y Benidorm tiene orilla. Pero no me pregunten quién cobija a quién.