El diablo se esconde en los detalles. Osama bin Laden estaba desarmado pero intentó defenderse y por ello le descerrajaron un par de tiros. Uno se pregunta de qué forma perpetró la ofensa. ¿Dio unas cuantas patadas kung fu en el aire? ¿Mentó los muertos de los asaltantes? ¿Llamó a las furias celestiales para que acudieron en su auxilio? Sin duda, la sola presencia de su cuerpo aviejado y enfermizo causó el pánico en los soldados superequipados de pies a cabeza y armados con una gran potencia de fuego. No tuvieron otro remedio que disparar. Tal vez Osama se metió la mano tras la florida barba para rascarse, alguien gritó "¡va a sacar una pistola!", y se lió la balasera. Eso ocurre en el cine y en la tele, pero en la vida real la gente se lo piensa dos veces antes de disparar, excepto en los grupos de operaciones especiales que liquidaron al enemigo público número uno y desataron así un gran jolgorio en tierra americana. "Piensen en los tres mil de las torres gemelas", es el mensaje que pretende acallar a los dubitativos y a los escrupulosos.

Las guerras comenzadas para destruir Al Qaeda ya se han cobrado muchas más vidas entre afganos e iraquíes, pero en realidad son víctimas colaterales o enemigos sobrevenidos: ¿a quién se le ocurre resistirse cuando el imperio del bien avanza? Estos muertos no cuentan a efectos de reparación por el 11-S. Solo Bin Laden podía pagar, y por fin lo ha hecho, y los miembros del equipo de operaciones especiales han ejecutado las órdenes con un gran sentido práctico. Imaginen, por ejemplo, que le ven desarmado aunque belicoso y que, en lugar de agujerearlo, le reducen (no sería muy difícil), le inmovilizan y se lo llevan para Washington. Para empezar, sería un secuestro de estado en tierra extranjera. Feo asunto. Pero, además, ¿que hacer con el personaje? ¿Llevarlo a Guantánamo, para que impartiera cursos de motivación a los residentes? ¿Arriesgarse al secuestro de cualquier grupo de turistas a efectos de canje? Además, una vez en tierra americana se debería abrir un juicio, ni que fuera militar, bajo los focos del mundo entero. Al Yazeera lo retransmitiría en directo, y el acusado lanzaría nuevos discursos incendiarios que asustarían a los petropríncipes amigos de Occidente. No se regala una baza así al enemigo. Pero tampoco se le regalan detalles como acribillar a su líder desarmado, justo lo que necesitan los yihadistas del mundo entero para afirmar que el nuevo mártir ha sido vilmente asesinado. Roma lo hizo mejor con Viriato: usó el dinero para que lo mataran los suyos.