Acabo de leer "El Capital. Un alegato a favor de la Humanidad", de Marx. No es el Marx, el Carlos, que nos inundó el mundo de dictaduras de proletarios mentirosas y engañosas. De economías planificadas por Estados corruptos e ineficientes. Y de matanzas en nombre de un Estado omnipresente. Este Marx es Reinhard Marx y es el Cardenal Arzobispo de Múnich y Freising.

En este magnífico libro se ponen en cuestión tanto la economía salvaje que algunos promueven, como la economía comunista que otros valoran como alternativa. En esta zozobra mundial, donde la crisis se empeña en golpear, como todas las crisis, a los más pobres; una dinámica focalizada en buscar alternativas a esos dos modelos es necesaria. Pero se hace desde la libertad. El Cardenal apunta determinados riesgos que corren las sociedades democráticas al criticar el sistema de mercado organizado. Y entender que una nueva vuelta a la economía planificada desde el Estado, aún con falta de libertad, sea la solución a esta mega crisis mundial. Cuando lo razonable sería buscar, desde la libertad siempre, una economía social de mercado para paliar las injusticias del mercado, que las tiene, y la pobreza.

Hay riesgo, no hay duda, de una vuelta a planteamientos pasados donde se añoren manos duras y mensajes claros. Son tiempos peligrosos para que aparezcan personajes fascistas con mensajes contra los inmigrantes, contra la clase política, contra el Estado democrático, que hagan fácilmente entendible que lo mejor sería un salvador. Y ese salvador siempre actuará con tintes xenófobos, con mensajes más o menos de calado entre las clases más desfavorecidas, que pondrán en el punto de mira al extranjero como protagonista de todos los problemas que arrastramos.

Tiempos peligrosos para encumbrar personajes que, utilizando el sistema democrático, puedan acabar con él. Tiempos para lanzar mensajes populistas que afloren el sentimiento de que todos los políticos son iguales y que lo que aquí hace falta es "uno que mande de verdad" y menos democracia. Asco me da. Miedo me da. Que en algunos países europeos ya está asomando la patita ese voto de ultraderecha y de ultraizquierda que no cree en el sistema democrático. Con lenguaje sencillo, claro, rotundo y populachero, harán las delicias de los necesitados y recriminarán a los políticos actuales como causantes de la puta situación que padecemos. Y es fácil. Ese lenguaje siempre aparece en momentos de graves crisis económicas y sociales -véase los previos a la Alemania nazi, o los antecedentes a la sangría comunista en Europa- para solucionar la situación.

Esta situación, con la aparición de esta jauría de soluciona-problemas, es harto peligrosa. El sistema democrático es débil y se debilita con políticos que no alcanzan a valorar cómo ha de ser el servicio a la sociedad. El populismo incipiente siempre es un atajo para "llegar a quitar a estos para poner a unos que valen". Mentira. Una situación en la que los partidos y, especialmente, la sociedad civil se ven ninguneados por un discurso populachero de ordeno y mando, es el principio del fin de la libertad. Y eso nos jugamos con no afrontar nuestro destino desde la honradez y la claridad. La falta de democracia interna de los partidos tradicionales puede provocar un desencanto universal que haga inútil el sistema democrático: aóbase de expulsar los voces críticas y los disidentes.

Hay un peligro real de una radicalización de las posturas en contra de los políticos y de la política en general. Y eso es malo malísimo. Porque el camino hacia la libertad democrática es duro y tortuoso, como comprobamos en los países árabes y vivimos en España. Pero el retroceso en el desarrollo de las libertades puede pender de un hilo. Hay agrupaciones políticas empeñadas en, desde la participación con las reglas de nuestra democracia, acabar con ella. Hay historia e historias para defender esta tesis. Pero al grito de "no pasarán" deberemos unir el de "ya está bien". Porque en Alemania los partidos nazis están prohibidos y eso también es democracia. Tenemos una responsabilidad, desde la democracia y la libertad, para defender los derechos de todas las personas con independencia de su credo, raza o pensamiento político. Pero evitemos que colectivos de fascistas y racistas irrumpan en nuestra escena política. No nos lo perdonaríamos nunca. Que no pasen, que ya sabemos cómo se las gastan.