Dicen los que saben de esto que las elecciones no se ganan, se pierden. Si es así, el PP ha hecho durante esta legislatura méritos suficientes para palmar el 22-M. Baste sólo con recordar a bote pronto los casos Brugal y Gürtel y la pelea interna que mantiene los populares por el control del partido en la provincia de Alicante, con Camps y Ripoll de mascarones de proa de una batalla que ya en esta cita con la urnas se ha saldado con asonadas como la de Gema Amor en Benidorm. Sin embargo, las encuestas, la opinión de los especialistas y lo que se palpa en la calle es que lejos de perder, los militantes de la gaviota van a aumentar más su presencia y poder en las instituciones locales y en el gobierno autonómico, hasta el extremo de casi convertir a la Comunidad Valenciana en un monocultivo de los chicos de Rajoy. ¿Y qué explicación se puede dar entonces? A mí sólo se me ocurre una: que los partidarios de Jorge Alarte estén poniendo más empeño que los del actual inquilino del Palau de la Generalitat por salir breados en la cita con las urnas dentro de dos domingos. Desde luego práctica y experiencia en saber perder no les falta. Y capacidad de superación, tampoco. Sólo hay que ver cómo han ido empeorando resultados desde finales del siglo pasado.