Francisco Enrique Camps Ortiz, el otrora flamante president de la Generalitat Valenciana y barón indiscutible del Partido Popular, se ha transfigurado, apenas tres años después de estallar el caso de los trajes, en el Pare Camps de hoy. En un personaje iluminado, ungido por la gracia divina, levitando entre la caja de la farmacia y la sacristía de colores. De ser el adalid de Rajoy en el Congreso de Valencia ante Esperanza Aguirre, Camps, secuestrado por una secta hermética que hace verdaderos malabarismos para mantenerle de pie en la hornacina, ha pasado a convertirse en un problema para los suyos. Lo de los trajes es un apasionante sainete -con sus pícaros y policías, jueces, señoritos sinvergüenzas y falsos sastres tomando medidas en hoteles de lujo- que depara todavía muchas sorpresas.

Lo lamentable del caso Gürtel, aparte de suponer el asalto organizado a las arcas públicas para financiar presuntamente al menos una de las almas del PP -por eso Rajoy ha mantenido a Camps y consentido listas con imputados-, es que ha paralizado toda agenda institucional. Eso está bien, los españoles nos apañamos muy bien sin gobernantes, pero lo terrible es que Camps desapareció y el renacido Pare Camps, acelerado, sobreactuado, nos ha arruinado por varias generaciones despilfarrando en grandes eventos, humo y cosas que es mejor ni nombrar. Aquí nadie, bueno, casi nadie, cobra. Y lo más grave -sólo por eso Camps ya pasará a la historia- ha dejado morir la CAM y a Bancaixa. A mí, personalmente, me caía mejor el Camps serio y formal, pero a la mayoría de los valencianos, según las encuestas, les encanta el Pare Camps amiguito te quiero un huevo. Que si no lo remedia la santa indignación, volverá a ser el nostre president.

Porque las elecciones no van a ser ni autonómicas ni locales, sino contra Zapatero. Pesa mucho más el paro que la corrupción. En todo el mundo democrático, la crisis -a excepción del golpe de efecto de Obama con la ejecución de Bin Laden- está pasando factura al partido gobernante. Claro que la izquierda indígena también hace lo posible por seguir estando -dan muy buenas copas- en la oposición. Es verdad que Camps con la ayuda del apabullante TDT Party, ha sabido crear un relato, reformular la realidad identificando la marca popular con la Comunitat Valenciana frente al enemigo, el malvado Zapatero. También que ha sabido entretejer -y alimentar- una extensa e intrincada telaraña clientelar, patentando la sociedad demócrata-cristiana perfecta.

Pero hay que reconocer el mérito cainita de la izquierda que imposibilita identificar nítidamente y distinguir la oferta y los líderes de Compromís y de EU. Y la legendaria tradición maldición postlermista de un PSPV incapaz de mantener y fortalecer ni un sólo mandato seguido a un líder en condiciones que cobre visibilidad y solidez ante los ciudadanos. Jorge Alarte, al dejar la denuncia del saqueo a Ángel Luna, ha ganado presencia y da una imagen más institucional, propositiva, casi presidencial. Reivindicando la dignidad.

El PP quiere una no campaña. No quiere despertar -como hace Aznar- la fiera dormida de la abstención de la izquierda sino fidelizar su voto y, ante todo, desanimar al rojerío, siempre tan estupendo y autodestructivo. Los votantes indecisos esta vez no cuentan. La abstención será clave.

Pero todo no está escrito. Los populares de la provincia de Alicante están en plena guerra civil. Camps ha soportado a Fabra y dejado crecer a Rus. Tras el estallido del caso Brugal, quiere aniquilar todo resto del antiguo zaplanismo, que encarna el último de los tres tenores, Joaquín Ripoll. La reacción de la resistencia neoalicantinista, en una implosión controlada, ha consistido en presentarse al mercado electoral con varias marcas blancas - la más brillante se llama Gema Amor- que puede decidir el color de muchos ayuntamientos. Ahí hay partido. Lo que representa Camps, el sector cristiano, unido a algunas reliquias del franquismo y los descontentos encabezados por la nueva estrella Sonia Castedo -todavía Castedo de Alperi hasta que no gane unas elecciones- espera ganar con una mayoría suficiente que les permita en no depender del otro bando para reinar con tranquilidad. Camps ha resucitado. Antes de irse, va a hacer limpieza. Eso, si le deja Rajoy.